Ha entregado el Consejo Nacional Electoral el escrutinio definitivo de la elección presidencial, con los siguientes resultados: de un total de 19'536.404 sufragios, Iván Duque: 53,2%; Gustavo Petro: 41,1%; y Voto en blanco: 4,1%. Veamos lo que se desprende del proceso electoral y los desafíos para quienes tendrán a cargo el manejo del Estado, tras la confrontación electoral que enfrentó al candidato Duque por el Partido Centro Democrático, apoyado por los partidos tradicionales y otras bancadas, con el candidato Petro por el movimiento Colombia Humana, quien logró el apoyo parcial de Compromiso Ciudadano, el Polo Democrático, Alianza Verde y sectores progresistas.
Aunque en las elecciones presidenciales y parlamentarias del 2018, en Colombia se haya impuesto la lógica del sistema oligocrático tradicional, que olvidándose del ejercicio de la política, a través de prácticas clientelistas coopta los poderes del Estado para perpetuarse, en esta ocasión con el histórico avance de los sectores de centro e izquierda, podrían estarse abriendo caminos para la democracia, y para el rechazo generalizado al clientelismo y la corrupción, si es que se logra hacer uso adecuado del nuevo espacio político por los sectores heterogéneos de inconformes e indignados de la sociedad civil, fortalecida por intelectuales, ambientalistas y militantes sociales y estudiantiles, sumándose a la causa.
Pese a la hegemonía del poder en Colombia, que se expresa en un régimen presidencialista, la que se repite ahora legitimada con el 53,2% de la votación respaldando a los sectores de derecha, quienes además cuentan con un amplio soporte político en el legislativo, el disenso representado en el 41,1% de los votos que obtuvieron los sectores alternativos y progresistas, que optaron por Petro, no puede ser desconocido: esta es una nueva realidad que, para los grandes asuntos de interés para la Nación que han merecido el reconocimiento internacional, impone condiciones éticas en el ejercicio del poder; no solo para salvar el proceso de paz, so pena de cargar con la responsabilidad política de sembrar la desesperanza y la frustración, sino también para buscar el progreso de la Nación.
Duque llega a la Presidencia de la mano de Uribe, gracias a sus méritos personales y juventud, y fortalecido por el fantasma del castrochavismo y la expropiación de tierras que se le consignaban a Petro, quien facilitó su derrota por el carácter sectario de una campaña con sesgo ideológico izquierdista y un programa que no concretó estrategias y propuestas para la defensa de la educación y la salud públicas, entre otras carencias que probablemente alejaron definitivamente a Sergio Fajardo, quien lo había superado en su fortín de Bogotá, y a Jorge Enrique Robledo, el tercer senador más votado de Colombia. Si sobre Vargas Lleras gravitó el que representaba el continuismo y las malas prácticas asociadas a la ‘mermelada’; sobre De la Calle, lo hizo su lealtad a un partido en crisis, y a que sus barones electorales lo abandonaron al no encontrar concesiones burocráticas.
Si además de lo expresado, el voto en blanco en el país logra un histórico de 808 mil sufragios que se interpretan como posición de centro, entonces con mayor razón el Estado deberá garantizar los derechos ambientales, los de las minorías y los de la oposición, sobre todo cuando estén en juego el patrimonio natural y cultural de la Nación, y los derechos fundamentales de los más vulnerables, sin importar las asimetrías electorales, ya que así como en el Eje Cafetero y Antioquia, por ser un territorio que encarna el ideario del uribismo, entre el 61,6 y 72,5% de los sufragios fueron para Iván Duque, también en el Pacífico, con quien el país tiene una inmensa deuda histórica, entre el 51,8 y 58,8% de la votación fue para Gustavo Petro.
Dado lo anterior, la gran pregunta es: ¿se podrá concretar este avance de la democracia en pro de un cambio a favor de la paz y el progreso, sin distraernos en estrategias para desmantelar los acuerdos, ni descuidar temas fundamentales como el crecimiento económico y la educación, y en especial la justicia social?, esto si es que queremos una Colombia más equitativa, más verde y sin corrupción, en el tercer país más desigual del mundo, donde gravita el riesgo de reactivar el conflicto armado por cuenta de la intolerancia.
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