Se ha ido mi amada madre al oriente eterno, dejando además del dolor de su partida una historia en este camino de la vida, como herencia de su misión cumplida durante casi 90 años con huella indeleble de su espíritu amoroso, alegre, solidario y emprendedor. A mitad del pasado siglo me dio la vida, y de ahí en adelante fueron muchas las melodías de arrullo, dulces palabras, tiernas caricias y expresiones de amor, recibidas y compartidas con mis dos hermanos mayores y nueve más que vendrían después.
De origen campesino, nacida en el hogar de una familia de clase media conformada por una decena de hermanos y hermanas, con quienes aprendió además de las tradiciones y valores familiares que la hicieron una mujer virtuosa con sensibilidad social, a nadar en las aguas del Guacaica y a trepar árboles para coger guayabas y otras frutas tropicales, al tiempo que desarrollaba destrezas con hilos y agujas, y aprendía los oficios de la casa y a confeccionar su propia ropa.
Llegan los años 40, y conforme se va haciendo hace mujer, mi madre va conociendo la vida de esta Manizales donde contrastan el bahareque secular con la arquitectura ecléctica, al igual que sobre sus personajes y acontecimientos; y en medio de una sociedad poco mestiza y en sumo grado confesional, va al colegio y queda atrapada por los criterios que daban estatus y confort en la vida social, hasta que conoce a mi padre con quien ilusionada por una nueva vida como esposa y madre, y en los albores del centenario de la naciente ciudad, se casa.
Sin tener yo la capacidad para montar en el triciclo por mis propios medios, puedo recordarla ocupándose además del hogar, como una persona querida por los vecinos que vivían en la cuadra de Hoyo Frío: la Nena que oficiaba de costurera viviendo al frente, los Nicholls y Doña Carola -los vecinos a lado y lado-, y también la caminada con ella llevándonos al Parque Infantil Fundadores, y más adelante al colegio Nuestra Señora, donde yo quedaba al cuidado de las monjas, con Sor Ángela mi primera maestra.
Entrado el 55, nos trasladamos a Residencias Manizales, donde compramos casa: desde allí empezamos a explorar un territorio de barrio, a transitar a pie y en cofradía de hermanos y amigos compañeros de estudio, el largo camino hasta la Escuela anexa a la Normal de Palogrande, al tiempo que pudimos ver cómo nuestra hacendosa madre empezaba a cubrir con su laboriosa labor las falencias de la menguada economía familiar afectada por la erogación asociada al pago de la vivienda.
En su vida como ciudadana, además de su espíritu tolerante y comprensivo, mostró su solidaridad incondicional no solo con quienes se establecían relaciones cotidianas, desde la empleada doméstica y el lechero, hasta el tendero y el farmaceuta, sino también con el necesitado, o su afán por colaborar con la parroquia durante la construcción de la gruta que fue el templo de Lourdes construido por la comunidad, gracias al liderazgo cívicos de prestantes vecinos y al tesón de notables mujeres como Doña Lucrecia.
Un poco más adelante; primero, tras el advenimiento de una tragedia que cobra la vida de un hermano, y posteriormente ya habiéndose consolidado la familia con un total de 12 hijos, entre ellos mis dos hermanas, mi hacendosa madre quien convertida en microempresaria de la industria de confecciones, había logrado no sólo invertir en la recreación de la familia sino también satisfacer su anhelos de recorrer el mundo, pasando los años gracias a su temple, tendrá que enterrar a mi padre y a tres hijos más.
Así crecimos, educados más por el ejemplo que por la palabra, por la confianza y responsabilidad delegada, que por el castigo; caminando sobre las huellas de la responsabilidad, a diario debíamos cumplir con una u otra tarea: desde tender la cama y ordenar el cuarto, hasta ayudar con los niños y arreglar el piso. Además, al caer el día verificaba nuestras tareas escolares y al llegar la noche invitaba a la cena en familia, y luego a rezar el Rosario convirtiendo el momento en una oportunidad para dar gracias, sembrar esperanza y ofrecer crecimiento. Gracias por todo, querida mamá.
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