Usted puede ser conductor de moto, bicicleta o carro, pero en todo caso y a falta de los anteriores, peatón. ¿Cómo se ha sentido en la calle? Aunque es preferible preguntar, ¿cómo se ha comportado? El panorama en Manizales es preocupante, y lo peor, es que muchos salen a justificar o eludir el tema de la seguridad en la movilidad.
En el informe 2016 de Manizales cómo vamos se nos muestra una ciudad donde el uso de los medios de transporte colectivo tienden a disminuir, y por el contrario, el aumento de motos, carros particulares y bicicletas va en ascenso.
La tendencia mundial de ciudades organizadas y planeadas es a estimular el uso de los transportes públicos que incluso llegan a un 80% (Dinamarca, Holanda, Suiza y Suecia). Muchos son los factores que inciden para el no uso de un parque automotor público colectivo, que en Manizales se ha renovado en gran medida y que cuenta con muy buena aceptación. No me diga, “pinchaos” como somos los manizaleños, que la gran mayoría de los buses y busetas no son limpios y generalmente de muy buenas condiciones.
La creciente dependencia del carro particular es evidente; no en vano, cuando decido movilizarme en transporte público, no falta el amigo o conocido, cuyo primer saludo es ¿y el carro? Pero hay un problema de fondo, juiciosamente analizado y denunciado por el abogado manizaleño Mauricio García Villegas, un jurista a carta cabal, miembro de la ONG Dejusticia, uno de los principales centros de investigación en derecho y justicia del país, y es el relacionado precisamente con la cultura del incumplimiento de las normas de tránsito, contenido en su última obra “El Orden de la Libertad” (2017).
Este texto es fundamental para entender por qué en Manizales, sobre las avenidas, que por esencia son vías rápidas, se han venido presentando intervenciones forzadas de las autoridades para reducir la velocidad, a través de pompeyanos, reductores, refugios, cebras, taches, y “policías acostados” que nos dejan en evidencia, penosamente, sobre nuestra incapacidad de ‘autorregularnos” y así evitar que se sigan presentando más muertes violentas por las que nadie responde.
Solo por poner un ejemplo, al ingreso del barrio Villahermosa hay un semáforo, una cebra, luego una señal que dice circular a 30 Km, luego construyeron un enorme policía acostado, ahora le pintaron un gran aviso en el piso que dice “despacio”, acompañados de unos avisitos sobre el separador, que señalan la importancia de acatar las normas de tránsito. Y al paso que vamos, solo falta poner allí un policía de tránsito con un megáfono que diga como en el Águila Descalza y a lo Uribe ¡que pare marica!
Nos encontramos, sin duda, ante un evidente desorden cultural e institucional. Como lo plantea Mauricio García, existen distintos tipos de sanciones, dependiendo de si estas son jurídicas (como la multa), morales (sentimientos de culpa) o sociales (generadoras de vergüenza). Por ejemplo, recoger el popó de los perros obedece al temor de la sanción social (los demás nos observan). El problema es que el incumplimiento genera fenómenos de replica colectiva, como cuando muchos, pero muchos ciclistas no les da la gana de parar cuando el semáforo está en rojo. O cuando sobre la vía existen pintadas señales de prohibido parquear, pero basta que uno lo haga para que el resto siga el mal ejemplo. Ni qué decir de muchos motociclistas, para quienes no alcanzó esta columna.
PDTA: De manera paradójica, don Jaime García, padre de Mauricio, murió atropellado por un motociclista en la ciudad de Medellín, el 29 de febrero de 2016.
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