Cómo puede ser nuestro país uno de los más felices del mundo, cuando continuamos trasegando sin memoria, sin conciencia y sin historia. El pasado 27 de diciembre se expidió la Ley 1874, que penosamente tiene por objeto “restablecer” la enseñanza “obligatoria” de la Historia, como una disciplina integrada a las ciencias sociales. Digo penosamente, porque hasta 1984 existió como asignatura autónoma, hasta que el gobierno de Belisario Betancur le quitó tal carácter. Pero la estocada final la propinó César Gaviria, en el marco de la llamada “apertura” cuando en 1994, la desaparece definitivamente, creyendo que los pelaos debían saber más de neoliberalismo que de memoria e identidad.
Es que si alguien ha hecho cosas godas en este país han sido los liberales. Por eso sorprende que Viviane Morales, a quien le encanta la peligrosa mezcla religión - política, haya sido la principal protagonista de esta recuperación, la cual se le ha de reconocer. Por eso, no es de extrañar que aquellas personas nacidas después de 1990, “pocón pocón” de historia. Y ello queda en evidencia por ejemplo, con la precariedad en la comprensión de fenómenos como el surgimiento de las guerrillas y las luchas por el acceso a la tierra. No en vano, solo algunas mentes inquietas saben cuándo y por qué fue la guerra de los mil días y cuántas muertes ocasionó.
El censo de 1905 indicó que por aquella época Colombia contaba con una población de 4.143.632 habitantes, de los cuales, según los historiadores, hubo entre 100.000 y 150.000 muertes. Un cálculo a la fecha es como si hubiera una nueva guerra en Colombia y nos mataran a todos los caldenses. De esta magnitud han sido nuestros conflictos, los cuales han sido precariamente abordados, dificultando la comprensión de fenómenos como las guerras civiles y el conflicto armado, haciendo de la paz una etérea visión individualista y caprichosa, penosamente vapuleada para captar votos y adeptos a causas guerreristas y vengativas.
En efecto, en la clausura de la II Cátedra de Historia Regional de Manizales, Otto Morales Benítez, Cultura y Territorio, el ilustre historiador Hermes Tovar Pinzón planteaba la necesidad de construir un proyecto de nación a partir de nuestra cultura e identidad, pero no llenándonos la cabeza de cifras y datos, sino de una conciencia histórica, capaz de fortalecer una ciudadanía crítica, transformadora y libre. O sea, que no coma cuento, para que no se repitan tan lamentables hechos, como creer que la masacre de las bananeras fue un “mito” a la manera de García Márquez, según lo expresado por la congresista María Fernanda Cabal.
Aunque sea una bomba atómica, pero algo habrá de hacerse en torno de lo cual todos los colombianos construyamos el extraviado proyecto de nación. No se puede ser patriota ignorando quiénes somos, cómo nos hemos matado y por qué, y sin tener respuesta a que nos hace diferentes del resto de nacionales de otros países. Por eso, en el extranjero nos siguen relacionando con la coca, porque además de cultivarla y suministrarla a quienes la necesitan, no logramos mostrar quienes somos como nación. Bolivia, por ejemplo cuenta con un proyecto de identidad nacional en torno a la coca no a la “cocaína” la cual se encuentra elevada incluso a norma constitucional. Lo mismo podríamos hacer con el café por ejemplo, y la declaratoria de Paisaje Cultural Cafetero, se acerca a lo que debe ser un interés nacional, pero falta y mucho. Ser patriota no es ponerse la mano en el pecho, sino en la conciencia, pues la paz no puede ser la idea de uno sino de toda una nación.
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