Terminada la XXXIX edición del Festival Internacional de Teatro de Manizales, se observó una ciudad regocijantemente cultural: en una misma semana, las salas se coparon de ciudadanos inquietos por la Feria del Libro de la Universidad de Caldas, la Cátedra de Historia Regional de Manizales o el Teatro. De las seis obras a las que pude asistir, sin duda la que más me llamó la atención fue la presentada en el pequeño pero sincrético Teatro El Escondite, a cargo de Teatro por la Paz del municipio de Tumaco, denominada “El olvido está lleno de memoria”. Este nombre, que también identifica una de las obras del poeta Mario Benedetti, pretende mostrar la violencia a la cual siguen sometidos los tumaqueños, y frente a la cual muchos colombianos no somos “olvidadizos” sino “olvidadores”, en palabras de Benedetti.
Y ese es precisamente el punto de encuentro, entre la obra de teatro y la poesía del ilustre poeta uruguayo. Dice en “El Pusilánime” por ejemplo “Es difícil decir lo que quiero decir, es penoso negar lo que quiero negar, mejor no lo digo, mejor no lo niego”. Teatro por la Paz no es solo un grupo de “pelaos” inquietos por las artes escénicas: amas de casa, campesinos, abuelas y estudiantes se unieron, para ver en el teatro además de un fin, un medio para transmitir las penas, injusticias y violencias de una de las zonas más conflictivas del territorio colombiano, y claro, para llorar junto con los espectadores, y encontrar en las lágrimas al menos un consuelo temporal para tanto sufrimiento.
Desde el año 2000 se han presentado en Tumaco más de 2.500 homicidios y más de 74.000 víctimas de desplazamiento, como consecuencia del actuar criminal derivado de la sustitución violenta de sus cultivos por la coca y la minería ilegal y en la cual participaron no solo autodefensas, guerrillas y carteles como el de Cali, sino las propias fuerzas del Estado, cuya ausencia ha sido llenada por el trabajo de las pastorales sociales de los Claretianos en el río Atrato, las madres Lauritas en el rio San Juan y la Diócesis de Tumaco, Itsmina Tadó y Quibdó. Cuando tuve la oportunidad de recorrer estos territorios para mi trabajo de grado, pude observar que estas misiones proveen no solo bienes espirituales, sino alimento, salud, vestido, consejo y canales institucionales de reclamo social, que ha llevado a la muerte a muchos de sus líderes religiosos.
Alfredo Molano, nos relata en “De Río en Río” (2017) el lamentable caso de la hermana Yolanda Cerón, reconocida líder de las causas y derechos de los afrodescendientes, quien fuera asesinada en pleno centro de Tumaco el 19 de septiembre de 2001, por alias “capulina” atendiendo las órdenes del exjefe paramilitar Pablo Sevillano del bloque libertadores del sur de las Auc. Pensarán que han pasado muchos años, pero pocos han reconocido la labor de la hermana Yolanda; hoy, las pastorales sociales siguen siendo agentes de interlocución de las víctimas, como las camisetas que vestían los protagonistas de la obra de teatro, donde daban los créditos a la Diócesis de Tumaco.
Con una política antidrogas fracasada, con la policía matando a los propios compatriotas, con los afrodescendientes votando por los mestizos, con una Constitución Política que en sus 380 artículos no hace ninguna alusión a los negros, con un país que piensa más en Venezuela y que cree que el Pacífico colombiano queda en África, la pregunta es, si la solidaridad de este país solo se da cuando un equipo de fútbol se estrella en un avión. Sigámonos haciendo los “olvidadores” como dijo el poeta Benedetti.
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