Contaba con seis años de edad, cuando un primo me mandó a comprar unos fósforos para encender unos voladores. Por aquel entonces, la pólvora era algo normal y en El Tierrero, (contiguo al Parque Liborio) abundaban las casetas para conseguirla. Cuando crucé la calle, ahí en Ondas del Otún, solo recuerdo cuando sufrí un fuerte golpe y la sangre que emanaba de mi cabeza, cubría mis ojos y no podía ver lo que pasaba: una “burra” (así le decían a las bicicletas de carreras con marco triangular) me había atropellado y el ciclista se había volado.
Un vecino en un taxi, me llevó al “hospitalito” y de una me chuzaron la cabeza y salí con una cremallera de más de 20 puntos. Recuerdo que nunca desempuñé mi mano donde llevaba la “devuelta”. Hoy, cuando paso por el Hospital Infantil, observo con nostálgica complacencia, la generosa atención que recibí y mejor aún, como a pesar de las vicisitudes de un sistema de salud eminentemente economicista, el famoso Hospital de Niños sigue resistiendo.
Como muchas de las gestas altruistas que han caracterizado la configuración del territorio manizaleño, no nació por iniciativa gubernamental; de esos médicos que ya no se ven, Néstor Villegas Duque, Jorge Botero, Gabriel Villegas y Antonio Londoño hicieron realidad su intención de un hospital para niños desamparados, a partir del 27 de mayo de 1937, con la ayuda de Don Manuel Piedrahíta y su esposa Doña Luz Mila. Solo contó con un corto período como Hospital Público (1951 a 1954) para ser luego cedido a la Cruz Roja Colombiana, propietaria actual y donde se inició la etapa del reconocido médico Rafael Henao Toro.
Muchas personas creen que el Hospital Infantil Universitario es público, lo cual es bueno por la apropiación que genera su institución en los ciudadanos. Pero de nada ha servido, pues no recibe apoyos de ninguna entidad gubernamental. Es privado, pero sin ánimo de lucro, lo que significa que todos los recursos que genera por la prestación de sus servicios son reinvertidos en su objeto misional. Y es aquí donde toma papel protagónico la temporada taurina y la gestora de la misma, Cormanizales, ya que todos los recursos que generan las corridas de toros van con destino a esta institución. En tal sentido, el legítimo ejercicio de quienes se oponen a las corridas de toros, debería ir acompañado de una posición sensata frente a la necesidad de ofrecer alternativas para garantizar el funcionamiento del Hospital.
A lo anterior se suma la enorme paradoja existente frente al fútbol profesional de Manizales, con partidos prácticamente todo el año en el estadio Palogrande, y donde sus utilidades sí van a manos particulares trasladando muchos menos recursos al Municipio que los propios de la temporada taurina. Estos son los debates que requiere la ciudad, pero nadie se le mete al fútbol, por aquello de los costos políticos, como si los niños se aliviaran con goles.
Los espectáculos públicos no deben quedar sesgados al antojo de un sector de la opinión, su examen ha de ser integral, pues es esta una sola ciudad, un solo territorio. Según la red de ciudades “Cómo Vamos” la mejoría en los indicadores en materia de disminución de las tasas de mortalidad infantil, ubican a Manizales en el tercer lugar nacional, con un evidente diagnóstico tranquilizador. El Hospital Infantil, reconocido en el país y a donde llegan niños del Eje Cafetero, Valle del Cauca y Tolima, lleva 82 años trabajando, así sea solo, con unos pocos aliados alrededor de la fiesta brava. A todas estas me pregunto ¿Qué significado tiene para los manizaleños el “hospitalito”?
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