“La política es el arte de impedir que la gente se meta en lo que sí le importa”. Marco Aurelio Almazán, escritor.
Estamos sin que lo queramos en un zafarrancho de combate, uno que no es de limpieza de la indignidad, por supuesto. La gran “embarcación” llamada Colombia, ha sido puesta en disposición de desembarazarla para poder realizar la faena de la perdida de valores y los aquelarres burocráticos, a los que asistimos sin poder evitarlo.
El nuevo gobierno, a escasos 66 días de su iniciación, ha dado banderazos por todas partes, queriendo demostrar que están “reordenando” nuestra endeble democracia, cuando en verdad no pasamos de asistir a un gobierno comandado por un joven inexperto, que actúa más como títere de su jefe natural, que como primer magistrado de la Nación.
El desorden es total, aunque los noticieros que les sirven de propaganda política pagada, lo muestren como un proceso de reordenamiento bien planeado y con determinaciones claras de construir sobre lo que está ya levantado. No, aquí se trata de decir que en los 8 años anteriores no se hizo nada, que en estos escasos dos meses, Duque, el “merlín” colombiano, ha realizado la magia de cambiar todo en un abrir y cerrar de ojos.
Nada más alejado de la realidad. Asistimos a la reedición de la politiquería en su más funesta e indecente, con nombramientos de gente con títulos falsos, llena de cuestionamientos, repleta de líos judiciales, cuando no, llena de actos que merecería ser investigados de oficio, porque burlan nuestro ordenamiento jurídico.
Ministros que en cualquier parte del mundo serían una ofensa, aquí pueden atornillarse a su puesto, porque tienen el respaldo incondicional del que manda, o mejor, del que hace los mandados del que lo manda. Un Congreso convertido en un tingladillo de baja categoría, donde salen a flote las farsas y concupiscencias de nuestra débil democracia, con parlamentarios que son en no poco número indignos y no honestos.
Unas políticas dirigidas a polarizar al país y meternos en confrontaciones externas, que no nos pertenecen, de las cuales saldremos mal librados si insisten en embutirnos en ellas, contrariando la razón y la lógica de una política que sea clara, que defienda nuestros territorios, sin meterse en las confrontaciones entre países, que solo han dejado devastación, pobreza y muerte.
Nombramientos de funcionarios de alto rango, con hojas de vida sucias, o llenas de mentiras y falsedades, con el objetivo de hacerse al cargo para el cual estaban predestinados. Como si el ejercicio de lo público fuera un premio a la falta de principios éticos y morales, y no un reconocimiento a la superioridad moral y académica del nombrado. Eso aquí, donde el presidente se inventó títulos que no tenía, de especialidades que no realizó, vale menos que nada.
Un discurso en la ONU de excelente factura oratoria turbayista, pero sin relación con nuestra realidad. Discurso que, dicho sea de paso, reconoció todos los logros del que lo antecedió, a pesar de que él y su grupo político, dicen que no hizo algo, que dejó el país en la ruina económica y moral. No puede haber más debacle moral, ni más desbarajuste institucional que ese de hacerle mandados al jefe, para implantar una tiranía disfrazada, que con ademanes sofisticados irrespeta los principios básicos sobre los que está construida nuestra institucionalidad, bien escritos y mejor explicados en nuestra Constitución.
Como si no fuera suficiente con los problemas que tenemos con la delincuencia que ahora es muchísimo más común, aunque sea también más impune. ¿Pero qué se les puede pedir a los hampones que tenemos en Colombia, esos que brotan como plagas, si los dirigentes que nos manejan y los “cacaos” que los patrocinan, están llenos de cuestionamientos y son iguales o peores que ellos? Es que muchos no conocen la palabra ética, no saben qué es honor.
Iván Duque, el que no se acuerda del pasado, está irremediablemente condenado a repetirlo. Es hora, y ya es tarde, para que usted cumpla las promesas con las que endulzó a seguidores y fanáticos. Si no lo hace, puede estar seguro, pasará a la historia como el mandatario más ineficiente que ha tenido este país, por debajo de Guillermo León, sin la dignidad del candidato eterno Gabriel Antonio Goyeneche.
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