“Intencionadamente o no, se confunden siempre los jueces con la justicia y los curas con Dios. Así se acostumbran los hombres a desconfiar de la justicia y de Dios.” Alphonse Karr
“Una Fiscalía de la gente, por la gente y para la gente.” ¿Y un fiscal para quién? Esa es la pregunta que hoy podemos hacer la mayoría de los colombianos que hemos sido testigos mudos de ese show mediático, de esa farsa en que han convertido la situación de un hombre que murió y la de su hijo, al que probablemente “murieron”, para explicar lo inexplicable.
La Fiscalía General de la Nación, concentra en su andamiaje el poder de investigación penal de este país. Un poder judicial, politizado, corrupto, cínico, con precio. Un poder que hace trizas la parábola judicial, que manipula la balanza según el antojo de los que allí están fungiendo como jueces, cuando son políticos o negociantes.
No importan los límites morales, que para el efecto carecen por completo de valor. La ética es una tontería convertida en algo sin importancia, sirve para mostrarla como frase panfletaria, de gente que no cumple con los menesteres para la que fue nombrada. No los cumplen, porque en un país en el que la Rama Judicial, no es independiente del poder político, ni tiene recato en arrodillarse ante el poder económico, la justicia, se convierte en una farsa bien orquestada, por hombres por demás investidos de un poder que moralmente no merecen, para hacer mandados y darle gusto a los que los tienen como “sus subalternos”, aunque no lo parezcan.
Y no es porque la justicia sea corrupta inherentemente, ni por generación espontánea. Es que al lado de muchos funcionarios honestos y probos, inmaculados y sin tacha que tiene esa dependencia, hay personas que tienen mando, los dueños del poder, que hacen de la bella justicia, una miserable damisela, a la que todos manosean a su antojo, sin que las leyes en Colombia tengan a alguien con capacidad moral y entereza personal, para arrinconar a los corruptos, sancionarlos y someterlos al escarnio público.
El caso de Néstor Humberto Martínez Neira es una vergüenza nacional y mundial, que demuestra la falta de escrúpulos, la ausencia total de límites a la que puede llegar un personaje que allí se asentó por recomendaciones y padrinazgos, para ocupar uno de los cargos más importantes de la nación.
Aquí no. Un abogado, educado por un humorista honestísimo, “El maestro Salustiano”, que debe estar revolcándose en su tumba conociendo lo que pasa con su hijo. Este no tiene inconveniente en sacar mil disculpas, arreglar entuertos, y desviar la atención, para que lo que es evidente y merece toda la atención, pase a segundo plano, para ser un escándalo más entre los miles que tenemos en este país.
El espectáculo bien montado, pero mal maquillado, de presentarse como entrevistado por el director de noticias de un canal de televisión, que hizo bien la payasada de aparentar cuestionarlo, para darle la oportunidad de que en sus respuestas lo enredara, para limpiarle como un servil bufón, su mancillada honra.
Mentiras. A nadie le sirvieron las explicaciones estúpidas que intentó dar el fiscal para tratar de tapar lo evidente. Unos acontecimientos en los que ha sido actor de reparto, esos en que cuando no era Fiscal no hizo algo para enfrentarlos, distinto a tratar de enlodar a un hombre honesto como Jorge Enrique Pizano, y de paso acabar con la honra y la vida de su hijo, con un cuento muy enredado, que ahora quieren “explicar”, “demostrando que encontraron”, por casualidad 1 kilo de cianuro. Solo a personas estúpidas se les ocurre que alguien para suicidarse necesite tamaña cantidad del veneno, que es mortífera en miligramos agregados a cualquier cosa con la que se ingiera o inhale para que sea fatal en menos de un minuto.
Su voz era controlada pero descompuesta; sus manos tenían el tremor fino de los que mienten sin pudor, los documentos que llevaba demostraron que no eran entrevistas casuales, sino que fue un montaje para hacer de la tragedia de los Pizano una comedia de baja estofa.
No creo que esto sea delito: Usted, Néstor Humberto Martínez Neira, es un miserable, un ser abominable, indigno y sin tripas. Una deshonra para la justicia en Colombia.
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