"El político debe ser capaz de predecir
lo que va a pasar mañana,
el mes próximo y el año que viene;
y de explicar después por qué
fue que no ocurrió lo que el predijo".
Winston Churchill
Reza la sabiduría popular que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Pues bien, afortunadamente estamos a una semana del final de esta carrera por la primera magistratura del país. En ocho días serán las elecciones, para elegir al ganador o definir quiénes van a una segunda vuelta para hacerse a ese puesto, buscado sin fijarse en gastos, sin ruborizarse por las artimañas utilizadas para lograrlo, sin recatos con respecto a lo que se ha hecho y dicho, sin el menor asomo de vergüenza por los desafueros cometidos.
Una verdadera comedia, con tintes de tragedia, que desdibuja de un solo tajo, el significado de la política como arte noble, convertida por cuenta de la politiquería, en un galimatías lleno de contradicciones.
La suerte está echada. El próximo domingo sabremos quién será el ganador en primera vuelta, o quienes los contrincantes para la segunda, en la que esperemos no utilicen las argucias que han manipulado hasta ahora, para descalificar al contrincante, sin presentar con claridad un programa concreto de gobierno, que cuestionable o no, sea el cimiento en el que se afianzan esas candidaturas.
Ha sido tan poco decente esta campaña que los candidatos se han dedicado a mostrarse entre ellos todas sus purulencias, convencidos como están, que es con engaños y con insultos como se logra cautivar al electorado, relegando a segundo plano la fortaleza de sus propuestas y la contundencia de sus ideas.
La razón para que esto pase puede ser, entre muchas otras, que carecen de ellas, que no tienen cimientos republicanos y democráticos para cautivar al elector. Que sus idearios son una mezcla de verdades a medias y mentiras completas, prometiendo cosas que no van a cumplir. Eso a los políticos les importa un bledo. Cumplir no hace parte de su andamiaje intelectual, ni de su sofisticada y falsa vocación de servicio. Ellos quieren tener el poder para demostrar que ese poder es un arma con la que mantienen privilegios y eternizan desigualdad y pobreza.
No se trata de acabar con los ricos, que la riqueza no es pecado ni es mala; es acabar con la desigualdad y la pobreza, que esas sí son pecado grave, del que se nutren avispados y vividores, que convirtieron el arte de la política en un negocio de “toma y dame”, con el que hacen de las suyas, sin que les importen las nuestras. Es a esa manera de vivir la política a la que le debemos nuestro atraso, nuestra desigualdad, nuestra injusticia, nuestro pasado lleno de “fosas” de podredumbre, nuestro presente incierto y nuestro futuro desolador.
Ahora casi todos los columnistas escriben artículos con una muy bien elaborada explicación, definiendo por quién votarán. Sigo creyendo en lo que alguna vez me enseñó mi padre sobre el voto: “Cuando vaya a votar, recuerde que el voto es sagrado y es secreto, que usted deja en él, su honor, su libertad y su conciencia”. Porque creo en ese principio, no hago recomendación por aspirante alguno, le recomiendo que vote a conciencia, que no venda su voto, que no se deje seducir por los “culebreros” que conforman un enjambre de embusteros alrededor del candidato, aleccionados por él y pagados, sobra decirlo, para intentar hacerse a su voto, ese mismo que será el sufragio con el cual usted estará haciéndose el “harakiri”, sin que a ellos les importe su futuro, su estabilidad, su pobreza o sus necesidades.
El cotidiano habla bien de cada uno de los aspirantes. Está el falsificador de títulos, especializaciones que no hizo, para mostrar una experiencia que no tiene, en áreas que no ha estudiado. Está el que notifica a los de su grupo, advirtiéndoles que después de nombrado “se acabó la robadera”, dejando claro que no pueden seguir con esa práctica. Parece que con el ejercicio de la política es suficiente para ganar plata por montones. Humberto dice que es de la calle, lo que es cierto y falso, porque siendo De la Calle, no es de la calle, pero es un hombre serio, creo que desafortunadamente sin opciones. Fajardo dice que no tuvo nada que ver con la hidroeléctrica de Ituango, pero lo escrito, escrito está: “Hidroituango, una bomba de tiempo. Una obra concebida en la gobernación de Ramos y Fajardo”. Finalmente está el que habla de la Colombia Humana. Aquí prefieren seguir hablándonos de la Colombia inhumana que hemos tenido por más de 200 años, sin el menor asomo de vergüenza.
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