Parece un mal generalizado que va extendiéndose sin problemas en América Latina. ¿Quién lo inventó? ¿En cuál de las mentes oscuras y nefastas que hemos tenido en este país se engendró ese ardid, como treta o trampa?
¿Cuál es el verdadero autor de esta nueva forma de burlar la ley, de reírse de países enteros, de sociedades cansadas de tanta corrupción? No estoy hablando solamente de la corrupción política, que eso es un tema ya muy trillado, un modo de ser y de actuar que hace parte de la “genética” de nuestros políticos, de sus descendientes, sus familiares y amigos.
Hablo de un nuevo “invento”. Un ardid más elaborado, que se creía impensable, con el que los corruptos se burlan de la justicia. Los que trabajan en ella, se burlan de nosotros, pero con el descaro de restregárnoslo sin que les importe. Es que son muy “avispados”, muy rápidos para las obras y acciones de la deshonra.
Hablo de presidentes que no terminan su vida política, como lo hacen normalmente los que en esa actividad son decentes, dando paso a nuevas generaciones, haciéndose a un costado, para ser observadores del acontecer político de la Nación, manteniéndose al margen de la vida pública.
Hablo de los rufianes, de los bandidos, de los pícaros de la política, que después de ser presidentes, se hacen elegir en el Congreso. No lo hacen para trabajar por el país, ni para actuar con buenas intenciones. Lo hacen para tener garantizada la inmunidad, para poder gozar de una impunidad total.
Lo “inventó” Uribe en Colombia. Ya lo secundaron Menem y la Kirchner en Argentina. No faltarán otros que se sumen a ese nuevo club de deshonra. Nos llenaremos de inmorales con permiso para transgredir el ordenamiento institucional, para permanecer impermeables a las acciones de la ley y de los entes de control.
Se enriquecen rapidísimo, no tienen límite, no presentan declaraciones de renta, no declaran sus bienes, que en realidad son gangas, mal ganadas, mal adquiridas, mal disimuladas. Gozan de paraísos fiscales, se apropian de baldíos, convierten potreros simples en Zonas Francas, en las que paradójicamente se hace una alegoría a la hipocresía, a la insaciable gula por dinero y poder, escondidos en mochilas que dicen van a “salvarte”, cuando no en manillas, con las que se apoderan de negocios inmensos. Amigos de los zares de la chatarra, donde convierten la basura en sumas impensables, que pasan con mucho, el límite de los negocios decentes y honestos.
Por el otro lado están los que tienden a la izquierda. También los hay, por supuesto, desde moderados, hasta extremistas, pasando por todos sus intermedios. Cuando llegan al extremo, son iguales a los de la extrema derecha: conforman “la siniestra” colombiana.
Ahora apareció una nueva tendencia, la de los “comerciantes de la fe”, los de las iglesias de todas las siglas, que tienen muchos, millones de seguidores, desesperados la mayoría, a la espera del prometido milagro del pastor. Ellos no saben que el único milagro que hacen esos “pastorcitos”, es enriquecerse sin control, porque sus “iglesias” no pagan impuestos. Ellos tienen todos los permisos para hacer fiesta con la supuesta venia del “dios” que pregonan, idolatría para atrapar incautos y sacarles dinero sin sonrojarse.
Fueron varios de esos que los antecedieron, los que convirtieron los templos en mercados, a los que sacó hace 2 mil años Jesús a latigazos, por farsantes, por embusteros, por mentirosos, por deshonestos. Lo hizo cuando vio que habían convertido las necesidades de la gente y de la “fe”, en un mercado de pulgas, en el que se llenan los bolsillos, con los dineros de la desesperanza del otro; con la amargura del desempleado, con la frustración del que tiene hambre y tiene sed, saciadas por unos bufones, “culebreros” que recitan Biblia en mano, las “gracias” que les dará para la “otra” vida, someterse a vivir en esta, en la desgracia.
En fin, ya teníamos una política prostituida y corrupta. Ahora la tenemos además idiotizada, creyendo en la resurrección de los vivos, los vivos politiqueros, usureros sin vergüenza y sin conciencia.
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