“Una nación que gasta más dinero en armamento militar, que en programas sociales, se acerca a la muerte espiritual”. Martin Luther King.
Ya lo habían dicho muchas veces, personas de reconocido valor y reputación. Cicerón: “Preferiría la paz más injusta, a la más justa de las guerras”. Voltaire: “Lo maravilloso de la guerra es que cada jefe de asesinos hace bendecir las banderas e invocar solemnemente a Dios, antes de lanzarse a exterminar a su prójimo”. Juan XXIII: “La justicia se defiende con la razón y no con las armas. No se pierde nada con la paz y puede perderse todo con la guerra”. Churchill: “La guerra es una invención de la mente humana, y la mente humana también puede inventar la paz”.
Serían innumerables sentencias célebres sobre los horrores de la guerra, pero eso no es importante. Importante es saber, cuál es el rumbo que estamos tomando en un país que destina billones a la guerra. Una nación en la que el Congreso aprueba un presupuesto de 258,9 billones de pesos para el año 2019, de los cuales 33,4 billones serán para “defensa”, es un país que no ha entendido la importancia de comenzar a recorrer el largo camino que conduce a la paz, dedicando recursos a la educación, la ciencia, la tecnología, el deporte, la recreación, el ambiente, la agricultura, las universidades públicas. En fin, un país en el que los recursos sean destinados al fomento de la vida y no a la alegoría de la muerte.
Todo nos sirve de disculpa para dilapidarlo en ese barril sin fondo que es la guerra, porque no hemos iniciado el proceso de reconciliación entre hermanos, para que las brechas disminuyan; comenzar a erradicar la pobreza extrema, que sea prioritario educar a todos los niños, que no se aplace más ofrecer salud sin intermediarios que la saquean a los habitantes de nuestra Patria.
La lucha que debemos iniciar sin más espera, es la que debemos dar contra la impunidad, de que gozan los “caballeros de industria” de los grandes desfalcos nacionales.
Está Interbolsa, para mostrar, como acá los grandes ladrones, que se enriquecen apropiándose del dinero de los colombianos, tienen penas pequeñas, sin restitución de los dineros robados; condenas mínimas, sin obligación de devolver lo robado. Están los Nule, como ejemplo de este pozo séptico en que hemos convertido nuestra sociedad, por cuenta de manilargos, que no sienten la menor vergüenza, se ufanan con gloria vana de sus actividades de estafadores del bien general, para terminar pagando penas ridículas, sin reparar a las víctimas, ni devolver el dinero que robaron impunemente.
Sabemos que la corrupción política nos cuesta 53 billones de pesos al año. Dineros que los trabajadores pagan en impuestos, para que sean invertidos en algo que represente bienestar y progreso. Pero aquí van a parar al bolsillo de los inescrupulosos, que creen es obra maestra, que además debe admirarse el que se roben los recursos públicos.
Solo el día en que la “guerra” sea contra esos que desfalcan la nación y se enriquecen sin medida con el dinero que es de todos y no de ellos; cuando los castigos para esos “genios” de la malversación de dineros públicos sean severos y estén obligados a devolver lo robado, so pena de permanecer en cautiverio; solo ese día Colombia tendrá la posibilidad de gastar menos recursos en “guerra”, para dedicarlo a temas y sectores que viven en la indigencia o en la pobreza absoluta, con un Estado que los abandona, no los ayuda, ni los protege, simplemente porque no le interesan.
La “horrible noche” que decían había cesado, continúa siendo cada vez más oscura y tenebrosa. El valor de la vida es nada y el de la muerte es por supuesto menos. Mientras tanto burócratas insensibles y crueles, hacen el gran festín, se unen contrarios, se juntan “enemigos políticos irreconciliables”, para poder seguir imponiéndonos sus leyes de vergüenza, sus propuestas insensatas, su desatino, su estupidez sin par.
Colombia solo tendrá dignidad reconocida, cuando después de frenar a los corruptos que la saquean, emprenda una lucha sin cuartel contra todas las mafias: las de los narcotraficantes y su negocio de horror; las de los industriales sin pudor; la de los impunes despojadores de tierras; la de las bebidas azucaradas que no pagan impuestos, esos que para tener más azúcar, utilizan el Glifosato, porque secando la caña, aumenta la producción de sacarosa al 97%.
La “guerra” que tenemos urgencia de comenzar, es la de luchar sin tregua, contra la injusticia y la discriminación. Ese día, Colombia podrá comenzar a vivir sin la desesperanza que impone una política, anclada en el pasado y cimentada sobre la desigualdad extrema.
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