La corrupción no tiene límites, ni fronteras, ni peajes. Está por todas partes. En las grandes ciudades y en los municipios. A nadie parece importarle. Se le rinde culto, expresado en la frase de un médico corrupto, que habita esta región, que dice sin sonrojarse: “Hay que saber robar”.
Como si robar fuera una virtud de alguien que cree tener inteligencia superior, pero que en efecto es la acción de un personaje sin escrúpulos, que está dispuesto a lo que sea, a cualquier costo.
Eso no pasaría de ser el salto al precipicio de alguien sin estructura, sin principios, analfabeto en lo que tiene que ver con el arte médico. Pero cuando la medicina se convierte en una mina que puede explotarse como cloaca pestilente, entonces el ejercicio médico, auspiciado por sellos de legalidad, con la complicidad de funcionarios públicos, se vuelve una prostitución, en prostíbulos en los que osan decir, sin vergüenza alguna, ejercen de médicos y la casa de citas se llama clínica.
Qué vergüenza para la profesión que individuos así, con las complicidades de los que los rodean y de burócratas que los acolitan, puedan robar en la salud, como si los dineros públicos o de las compañías aseguradoras les pertenecieran, sin que demuestren que lo que cobran lo hacen, que no inventan procedimientos no realizados, que no utilizan materiales que ni se utilizaron, ni se necesitaban, solo para robar, copando los límites de las pólizas en un abrir y cerrar de ojos.
Esto lo pueden hacer porque los encargados de vigilarlos, o son sus amigos, o son ciegos y no ven lo que es evidente para todos, menos para ellos. Esto incluye funcionarios municipales, desde alcaldes, pasando por empleados de Planeación que permiten la utilización del espacio público, violando la ley y prevaricando, hasta por funcionarios de hospitales del Estado que metamorfosean su función y convierten sus nosocomios en dispensarios de pacientes para particulares sin escrúpulos, como vendiéndose a quien les dé buena encomienda.
Este ejercicio de la medicina dependiendo de los intermediarios que cobran, de las empresas de fachada que montan accidentes falseando historias, es una vergüenza, una calamidad pública, unaverdadera afrenta a toda una sociedad que por algún motivo llegue a necesitar los servicios en sus quebrantos de salud. No escapan los funcionarios públicos, alcaldes, secretarios y otros, que alejados de sus funciones, se convierten en mecenas de los inescrupulosos y de los inmorales, de los ladrones, de los atracadores de bata blanca.
Este ejercicio lo pueden hacer impunemente porque algunos encargados de vigilarlos son los que dan la orden de que sean ellos los destinatarios de todos los pacientes que tengan accidentes o quebrantos de salud, en la zona de influencia de las regiones por ellos administradas.
No son todos, hay mayoría de funcionarios públicos absolutamente honestos, sin mácula, pero ellos saben lo que pasa y guardan silencio: una forma de complicidad pasiva con esa delincuencia de delantales y uniformes en el área de la salud en las clínicas privadas. En las entidades públicas también hay corrupción, no cabe duda, pero eso no le importa a las personas, hoy llamadas usuarios, porque creen que es un mal menor, que no le hace daño a una sociedad entera, y que no los afecta a ellos en particular. Solo se darán cuenta de su equivocación cuando sean ellos, los indiferentes, los que necesiten los servicios.
Estamos ante una situación real de corrupción en el sector salud, que es calamitosa, pero impune. La Fiscalía no toma cartas en el asunto, la Procuraduría no está interesada en meterse en problemas que considera menores, la Defensoría del Pueblo no hace algo que demuestre que defiende al pueblo. Las autoridades no están sino para cargarle la mano al que se salga del rebaño de los corruptos y no les siga la corriente. A esos hay que aplicarles todo el peso de la ley, porque no puede haber nada peor que alguien que ponga en evidencia la corrupción como un ejercicio diario y cotidiano, que enriquece a unos a costa de dañar a otros, a muchos otros, sin que por eso reciban el castigo y la sanción que se merecen.
Tiene que haber medidas contra el corrupto, que como en Canadá, les impida de por vida el ejercicio de una profesión noble, que no puede convertirse por cuenta de ellos y sus “benefactores” en un prostíbulo escondido detrás de los símbolos de Asclepios, Hipócrates y Galeno. Harta razón tenía una mujer que engañada decía a voz en cuello “Evita ir a Vita”.
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