Este país ha sido siempre yacimiento inagotable de violencia. Aunque no haya nada que la justifique, estamos acostumbrados a que la justifica todo. Ella se pasea tranquila por todos los rincones de la patria, sin inmutarse. A la violencia todo le importa nada. La clave de verdad para ella, para los que viven de ella es mantener un imperio intocable, que no pueda siquiera intentar detenerse: el imperio del miedo y el terror, con sus incontables disfraces, con los que se esconde sofisticada e hipócrita, para seguir siendo ama y señora de toda nuestra destartalada vida constitucional.
La tecnología, la revolución del ciberespacio, la creación de la nube, el imperio del mundo virtual que ahora llena todos los rincones y todas las actividades humanas, el computador, el teléfono móvil y todos sus etcéteras, han cambiado completamente, la relación entre los humanos, la de estos con la máquina “inteligente”. Es el reinado del “homo cibernéticus”, guiado como a bien tiene por el “homo terríficus”
Y como en todos los cambios extremos, que además, ahora lo hacen a la velocidad de la luz, hay alteraciones colaterales que no podemos prevenir o evadir, porque vienen adosadas al nuevo orden, al cual son inherentes.
Grandes adelantos sí, pero con los grandes riesgos que tenemos que pagar por ellos. Telefonía móvil, wi-fi, realidad virtual, teleconferencias, smart-watch, smart-tv, tablets, robótica. En fin una interminable lista de adelantos tecnológicos de los cuales dependemos todos los días más.
Y los nuevos campos de batalla, desde donde se dan hoy las grandes guerras, son los “trinos” y los mensajes cortos de 140 caracteres, en los cuales muchos, dan vía libre a su rabia interna, a su bien escondida patología personal y social, a su sociopatía disimulada, con la que se autoadjudican el papel de reyezuelos, en una guerra en la que sacan a flote, todo el cúmulo de sus frustraciones; sus deficiencias personales, morales e intelectuales; su pestilente y putrefacto manantial de insultos, injurias, calumnias, amenazas.
Con ese arsenal hacen parte de ejércitos conformados por políticos mesiánicos, corruptos, indignos, inmorales; pillos elevados a la categoría de hombres públicos que confunden la función para la que se los eligió: ser peones y mayordomos de nuestra “Finca Colombia”, y se apoderaron de ella, como los grandes invasores de baldíos o despojadores de tierras.
Es a esta policlase sin escrúpulos, deshonesta, que se enriquece sin medida en los puestos que se les encomiendan, a los que debemos casi todas nuestras desgracias como Nación.
El padre del trino mendaz es sin duda alguna el senador Álvaro Uribe Vélez, experto en verdades a medias y mentiras completas. Alguien que hace del trino una alegoría a la calumnia y la injuria, parapetado en la trinchera que sus puestos burocráticos le han dado. Eso ya es suficiente vergüenza para alguien que la tuviera en su andamiaje personal como una forma de ser y hacer, tan mezquina y despreciable, como alabada por los fanáticos que le siguen con la razón de la sin razón.
No se le quedan atrás los bien adiestrados desconocidos que arrastró con sus votos, que si hubiera sido con los de ellos no se habría elegido un guía turístico voluntario.
Todos ellos conforman una horda de barras bravas, dispuestas a seguir al “mesías”, en cuanta orden diere.
Varios episodios lo han mostrado como un hombre no apegado a la verdad, amigo íntimo del rumor, que con meticuloso cálculo pone a rodar, sabedor de que de la mentira y la calumnia algo quedará.
Así se despachó en un trino contra Daniel Samper Ospina: “Violador de niños”. Él, que dice ser abogado, si está actualizado, cosa que dudo, sabe que una acusación semejante tiene que probarla o responder legalmente por ella. No puede seguir escudándose en lo que fue y es para creer que puede decir lo que quiera, impunemente.
Es tan grave que ya Popeye se tomó el atrevimiento de trinar: “Daniel Samper es un vomito y ser despreciable. Un sicario moral. Miembro de una maldita familia que le hacen mucho daño al país”. Esto escrito por el mayor de los sicarios, el maestro de matones y asesinos, es una vergüenza solo pensable en Colombia.
Si Samper calumnió, injurió o lesionó la honra de Uribe, Paloma o Amapola, acúsenlo ante autoridad competente. Si no es así que Samper haga lo propio, sin reversa. La dignidad no puede mendigarse. Es un derecho elemental, inherente a todos los colombianos.
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