Cuando era joven había decidido ser pianista en un burdel o político profesional. A decir verdad, no hay mucha diferencia. Harry S. Truman
Comenzó el último año del actual gobierno. En el 2018 habrá cambio de presidente, de grupos políticos al mando de esta nación descuadernada. No faltará el cambio de toda la horda de burócratas de profesión, de los personajes que viven como “chupasangres” del ejercicio de la política en Colombia, de los mandos medios, de los encargados de hacer mandados y recibir prebendas. Cambiarán todos los que viven del erario, porque en la política como en todas las actividades humanas que no son debidamente planeadas y que no exigen estabilidad todo es fluctuante. Son los movimientos inherentes para poder acceder al poder.
Ahora saldrán a la palestra todos los que aspiran a tenerlo en sus manos. La carrera será loca, desleal, corrupta, llena de promesas incumplidas, como es todo en política. Nos tenemos que preparar para un año de frenéticas y mentirosas pero bien adornadas promesas, de sonrisas fingidas que se entregan a gente a la que no se conoce, solo para hacerle creer que se goza de su simpatía y que pueden contar con el apoyo irrestricto del que en elecciones se quede con el poder.
No faltarán las amaneradas muestras de amabilidades falsas y fingidas, de buenas maneras impostadas, de cortesías hipócritas, de apariencias engañosas, de zalamerías triviales bien elaboradas, de coqueteos populistas para engañar a la gente, de argucias bien manipuladas con las que se hacen las trampas, de juegos de promesas incumplidas, de seductores que desprecian con hipocresía a todos aquellos a quienes quieren seducir mientras depositan el voto, que después de metido el dedo, sin darse cuenta meterán también la pata.
Como bien lo decía Winston Churchill: “un buen político es aquel que, tras haber sido comprado, sigue siendo comprable”. Solo que el politiquero en Colombia cree que todo el mundo es comprable también, que todos tienen un precio, como sin duda lo ha tenido siempre él. En fin, que la dignidad de la gente se puede comprar en la feria de la subasta de la política, rebajada a la categoría de arte prostituido, por cuenta de insensatos y "vivos" que se hacen al poder, para enriquecerse en él.
De otra manera no se explicaría por qué en Colombia hay tantos candidatos cuando se trata de elecciones de cualquier género, para puestos que son por demás ingratos, esos de los cuales pocas veces salen bien librados, aunque con la laxitud de nuestras instituciones, pocas veces paguen por ello.
Es un juego. Pero es un juego que determina nuestra realidad durante el próximo gobierno. Un juego de falsedades, de promesas mentirosas, de mentiras a flor de piel, de candidatos sonrientes y amigables con esos a los que nunca vuelven a ver, a los que no les dan importancia alguna. En fin, es el juego mezquino de la política, donde parte de lo peor que tenemos en nuestra sociedad, se hace a candidaturas y consigue avales para después, si elegidos, favorecerse a sí mismos, o favorecer a sus amigos y áulicos, que en nuestra concepción mediocre de la política, en el ejercicio sucio de nuestra política, es el verdadero interés que tiene el que se lanza como candidato y logra ganar.
No escogemos los mejores, escogemos entre muchos de los peores que tenemos en nuestra sociedad; gente que ha vivido, vive y seguirá viviendo de los dineros de los contribuyentes, porque nunca aprendieron a hacer un trabajo honesto, un trabajo decente y de verdad.
De manera que ya los tenemos en el partidor, listos para iniciar la carrera por el poder. Una carrera loca, que no pocos locos emprenden, para hacer que la vida se nos vuelva cada vez más difícil; para tomarse por su cuenta todos los actos en los que puedan demostrar que con el poder en sus manos pueden hacer lo que quieran, como quieran, cuando quieran.
Evidentemente hay excepciones, pero son tan escasas que confirman la regla. En fin de cuentas: “No es la política la que hace a un candidato convertirse en ladrón. Es tu voto el que hace a un ladrón convertirse en político.” (Todase)
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