Hemos visto los debates en Medellín y en Barranquilla. Al primero no asistió Humberto de la Calle. A los dos no asistieron ni Jorge Antonio Trujillo, ni las dos mujeres candidatas. El primero por una razón bien fundamentada. Los segundos, por esos caprichos que tienen los que organizan debates no les interesan todos los candidatos. Peor sería que fuera una cuestión de género, de “machismo político”. En sana lógica, todos los candidatos inscritos formalmente en el tarjetón deberían participar en los debates. Para eso están concebidos. No para demostrar las preferencias, por los que creen que pueden ganar.
Los debates han sido bastante mediocres. Los argumentos que esgrimen la mayoría son acusaciones a sus contendores, o acusaciones a los jefes de sus contendores. Por eso las ideas que se deben exponer con claridad y precisión son escasas, casi nulas. El que las tiene, recibe burlas de los otros y de los seguidores de los otros. Cosas del adoctrinamiento insulso, primitivo y grotesco al que nos hemos acostumbrado, en el que insultar al otro, burlarse de él, o intentar mostrarlo desfigurado, es una táctica bien aprendida que funciona entre gente que no piensa. Siguen el principio antiético y efectivo de Juan Carlos Vélez: “Estábamos buscando que la gente saliera a votar berraca”.
Así pasó. No había que dejar que la gente pensara, porque el que piensa decide. Los “empresarios” políticos y sus “famiempresas” políticas, no se pueden dejar pensar, en un país subdesarrollado como Colombia. La ignorancia de las mayorías ha sido el arma de la que se han valido para perpetuarse en el poder durante más de 2 siglos. No dejará de pasar, mientras la educación continúe siendo una obligación no cumplida, una obligación claramente establecida en la CN que no tenga exclusiones, de índole cultural, social, económica o racial. El cambio de este país, solo comenzará de verdad, cuando se edifique el andamiaje cultural de una sociedad entera, cuando se cumpla el mandato de nuestra Carta Magna.
Artículo 67. “La educación es un derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social; con ella se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los demás bienes y valores de la cultura… El Estado, la sociedad y la familia son responsables de la educación, que será obligatoria entre los cinco y los quince años de edad y que comprenderá como mínimo, un año de preescolar y nueve de educación básica. La educación será gratuita en las instituciones del Estado, sin perjuicio del cobro de derechos académicos a quienes puedan sufragarlos...”.
Es una ley de obligatorio cumplimiento, que en Colombia no se cumple. A los políticos no les importa. Si la hicieran cumplir, ninguno de los que hoy están en la política estaría en ella. Bien lo dijo Camilo Gómez en Chile: “Esta semana, hemos acudido al vergonzoso espectáculo de las primeras apariciones televisivas de los candidatos presidenciales evidenciando, pese a las diferencias ideológicas, programas de gobierno (o esa masa informe de eslogans a los que ellos llaman programas), y equipos de trabajo, un elemento común a todos ellos: un brutal y aterrador nivel de ignorancia… Tras esto, queda claro por qué los candidatos han rehuido permanentemente el debate. Primero porque no quieren exponerse al cuestionamiento de sus ideas (si así las podemos llamar) de campaña y segundo -y lo más grave, por cierto- no dejar en evidencia su más profunda ignorancia sobre casi cada tópico en el que se les pide la opinión”.
Eso con excepciones que son notorias en los debates. Los candidatos en su maraña, hacen de la campaña una perorata insulsa y grotesca de recriminaciones e insultos. Mentirosos que les dicen a los otros “usted miente”. No proponen nada de valor, algo que nos cambie el rumbo. Duque ha mentido sobre su formación. Es radical, la continuidad de “Mano firme, corazón grande. Vargas con: #MejorVargasLleras. Humberto De la Calle con: “Un país donde quepamos todos”. Fajardo con “La fuerza de la esperanza” y Petro con “Colombia humana”.
Apenas estamos comenzando. Esperemos el aumento de los agravios, de las sin razones y las mentiras.
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