“No me importa que murmuren ni que mi nombre censuren por todita la ciudad. Ahora no hay quien me detenga aunque no pare la lengua de la alta sociedad”. Álbum: Ave Fénix. Raphael.
Todos los días nos estalla un nuevo escándalo. En las altas esferas a nadie parece importarle. Pero la realidad es tan abrumadora, que la gente manifiesta en todas partes su inconformidad. Los “intocables” no se inmutan, los poderosos no se “despeinan”, todo les resbala, para ellos no es importante cuestionamiento alguno, sobre su actividad o la de los que nombra y designa para ocupar los principales encargos del poder. Bueno, el poder es para poder, así lo creen y así lo hacen.
Pero eso no se corresponde con lo prometido para cautivar ingenuos, sumisos, ignorantes y adeptos en el período de candidaturas pasadas. Como si la campaña hubiera sido una farsa, en la que se prometió de todo, para terminar cumpliendo nada. “El que la hace la paga”, fue un estribillo muy trillado, que sirve para demostrarnos, que los políticos piensan una cosa, dicen otra, prometen una más, para terminar haciendo todo lo contrario a lo que pensaron, dijeron y prometieron. Poderosa fórmula para burlarse del elector, que ingenuo, todavía cree en “pajaritos preñados”.
En toda democracia verdadera, el poder del pueblo es soberano. A ese pueblo es al que deben rendirle cuentas y someter su actuación, como encargados del manejo de lo público, para pasar por el cedazo del escrutinio y de la opinión del elector. En las falsas democracias, tiranías disfrazadas de centro y de democráticas, el pueblo, no tiene importancia distinta a la de capital votante; su opinión vale cero, su derecho a la protesta se elimina; su voz no es escuchada de verdad.
Lo esconden y dejan fuera con esos actos circenses de reuniones con la comunidad, al mejor estilo “Consejos Comunales”, que son la mejor vitrina que tiene un político. Nada diferente, aunque parezca distinto al “Aló Presidente” de Chávez, el vecino fallecido, que derrumbó un país entero, enriqueció a sus amigos y colaboradores cercanos, sumió a la hermana República de Venezuela en la crisis más grande que haya tenido país cualquiera en América latina.
La vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, no se inmutó con el escándalo en el que está metida con su esposo, por cuenta de los negocios realizados con Venezuela. Se fracturó la pelvis y goza de buen reposo, demostrando que ese cargo es un embeleco inútil, que no lo necesitábamos, que no sirve para hacer efectiva alguna política de Estado, que tenga trascendencia en nuestro acontecer. Es simplemente una dependencia costosísima, pagada evidentemente con los dineros de los contribuyentes, con la que se hacen a jugosos sueldos y pensiones vitalicias.
El ministro de Defensa, un empresario rico, sin problemas y sin afanes, propone acabar con la protesta social y las manifestaciones, limitándolas en duración y haciéndolas a horas en la que ni los gallos cantan, según él, para no alterar el normal movimiento que se hace en el día, desconociendo que el derecho a la protesta, a la manifestación dentro de límites no violentos, es una de las piedras angulares de cualquier país digno del mundo. Solo las dictaduras suaves o duras, las democracias impostadas o de apariencia, impiden la protesta social, un derecho elemental que tiene la ciudadanía en cualquier país libre del mundo.
El ministro Carrasquilla, relacionado con los bonos de agua cuando los promovió, siendo Ministro, y de los que se benefició, pocos meses después de dejar el cargo como ministro de Hacienda, con una reforma legislativa que fue aprobada en el 2007, creando empresas en Panamá y Colombia, “coincidencialmente” en sociedad con Andrés Flórez Villegas, que fue director de Regulación General Financiera y con Lía Heena, presidenta de la Central de Inversiones del mismo ministerio. No será ilegal, pero es absolutamente inmoral, para quien viene ahora a cargar de impuestos a la clase media, porque el país necesita dinero para cubrir sus huecos fiscales. Si se dedicara a impedir el robo de 52 billones de pesos anuales, que realizan los que mandan y los poderosos, no necesitaríamos reforma tributaria. Entonces el Presidente podría cumplir su falsa promesa de bajar los impuestos y aligerar las cargas a los menos afortunados. Pero estamos en Colombia, un lugar en el que no hay conciencia, ni escrúpulos.
El Himno Nacional, que dice “…en surcos de dolores el bien germina ya. Cesó la horrible noche, la libertad sublime…”, según la sentencia C-469/97, de la Corte Constitucional: “…es una composición poético-musical…Materialmente, no crea, extingue o modifica situaciones jurídicas objetivas y generales; su alcance no es propiamente jurídico y, por tanto, no va más allá del significado filosófico, histórico y patriótico expresado en sus estrofas…”.
El presidente cada día se parece menos a Iván III: Iván el Grande. Se parece más a Iván IV Vasílievich, uno de los creadores del Estado Ruso, primer monarca con el título de zar: Iván el Terrible.
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