La ley del silencio, u omertá (en italiano), es el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre las actividades delictivas consideradas asuntos que incumben a las personas implicadas. Fue sello de la mafia italiana con la que mantenían lo que ellos creían “honor”. En Colombia ha sido quebrada por los delincuentes de aquí.
Ahora los bandidos se delatan sin titubeos. No lo hacen por decentes o arrepentidos. Los motiva una ley que premia al soplón, le da gabelas extraordinarias, no comunes para los ciudadanos honestos.
El país se entera de algunas de las líneas que unen a los corruptos. Todos los acusados, cuando los ponen en evidencia, con caras de “cagalástimas”, dicen que ni siquiera conocen al que los acusa. Cuando se sienten acorralados, el que quería posar de inocente, súbitamente, sin saber tocar trompeta, comienza también a soplar y a soplar. Sabe que le rebajan penas, le dan protección especial, lo dejan salir en TV y en prensa, con la familia llorando, diciendo que es una injusticia.
Parece dramático, pero no lo es. No pasa de ser la comedia cruel, en la que el corrupto mete a la familia, incluyendo como los viles bastardos que son, a sus pequeños hijos, para que lloren, para que como plañideras despierten pesar. Colombia es el paraíso de la solidaridad por pesar, no por principios. La bufonada máxima de ese tipo de actuación, fue la de “Arias Ingreso Seguro” y su esposa, que lloraron tanto, mojando y dañando mi televisor, como si hubiera estado en la vía de uno de esos ríos desbordados que arrasan hoy con todo en Colombia, donde creen, no tenemos ni “Ideam” de lo que hacen.
Así son ahora las delaciones, avalanchas que muestran toda la podredumbre, toda la basura que se apoderó del país. Delincuentes de cuello blanco y alma negra. Delincuentes 5 estrellas. Alimañas sin escrúpulos, que se rasgan las vestiduras, porque ellos no tienen idea de por qué los acusan, no tienen algo que ver, solo lloriqueando, gimen que su único afán ha sido “trabajar por el bien de Colombia”. ¡Cínicos miserables!
Pero resulta que ellos sí tienen que ver, porque en sus vidas personales (privadas), van enriqueciéndose a la velocidad de la luz, con la misma rapidez que los “pastores negociantes de la fe”. Nunca creen que caerán, en fin de cuentas, tienen asegurada la impunidad. Se enriquecen rápidamente, mantienen bajos perfiles, logran burlar a la justicia, a la DIAN que no los esculca, aunque no paguen impuestos por tamañas cifras de cifras, a las que se hacen robando. Claro, nadie paga impuestos por lo que se consigue delinquiendo. Que lo diga Luis Guillermo Giraldo, que de lo poco que tiene bien ganado, es el apellido Hurtado.
Tenemos muchos ejemplos para mostrar, entre ellos unos que son políticos, que en mala hora se hicieron al poder, manejan la plata fuera del sistema al mejor estilo mafioso, de delincuentes, de usureros. Lo hacen sin vergüenza alguna, sin sentimientos de culpa; sin “no yo”. Personalidades "egofrénicas y egodistónicas". Para ellos hay paraísos fiscales y caletas por montones. Empresas de fachada. Propiedades compradas con testaferros, intermediarios sin honor.
No les importa que hayan sido propiedades que tenían dueños, a los que habían desangrado y desterrado con violencia. No tienen problemas de conciencia (bueno, aclaremos que no tienen conciencia), cuando compran propiedades levantadas sobre el pasado de almas en pena, asesinadas cruelmente, cuando no de otros que vivos, quedaron en la absoluta pobreza y desarraigados, porque los obligaron a irse de su terruño. Esas bagatelas son basura para gente tan ilustrada, glotona y gordiflona, que jura en debates en el Congreso tener las manos limpias, acusando de criminales a todos los que los cuestionan.
¿Si por una tutela, los salarios de un exparlamentario que fue vilmente secuestrado, siguieron siendo pagados, querría eso decir que remunerado por su cargo, estaba en situación de empleado público? ¡Claro que no! Pero los cretinos no entienden de pulcritud, por muy escrupulosos que sean. ¿Acaso estaba trabajando? Por qué esas promociones son exclusivas para corruptos y para políticos? Mauricio Lizcano, ahora que Don Óscar Tulio lo acompañó en el salto del trapecio, nos podrá dar una cátedra, llena de sofistería y engaño sobre el asunto, posando de inmaculado, con disfonía, cara de afecto plano, sin inmutarse, con sus manos rápidas como la de los magos, debajo de su barriga desbastada. No sentirá vergüenza, no se ruborizará siquiera.
Moreno, un delincuente nauseabundo, sacará al tinglado, lanzará a la palestra a muchos de los que como él, son corruptos. Van a negarlo, ya lo comenzaron a hacer. Dirán que no es cierto, que no lo conocen. Tratarán de evadir la responsabilidad y la culpa, sin asomos de vergüenza, insultándose en el recinto del Congreso, que convirtieron en una gallera, en cuyas graderías se reúnen muchos de los corruptos, que tenemos en el Parlamento, sin el honor de los gallos finos, pero con su misma historia de tradición y violencia.
Ese es un mal generalizado, pícaros de todas las profesiones. En la Medicina, están los que hacen del Soat un botín inagotable, aunque lo agoten en un día. Roban sin vergüenza alguna, amparados en que no les pasa nada, con el poder del dinero que consiguen robando, defraudando a las compañías de seguros. Porque el delincuente de bata blanca, es cínico, no tiene límites, se ampara en la condición de supremacía que tiene sobre el paciente, con muchos cómplices que le acolitan las trampas. A esos hay que “premiarlos”, dar la orden de que la red pública los surta con convenios, ilegales por supuesto, de exclusividad. Se les ha demostrado, pero no entienden, o se hacen los que no saben, aunque lo sepan.
Qué le vamos a hacer, esta es la Colombia que funciona a ritmo de tango: “Siglo veinte cambalache, problemático y febril, que el que no llora no mama y el que no roba es un gil”.
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