Acaba de pasar una semana agitada en Colombia. Cinco días en los cuales el papa Francisco nos visitó. Se escuchan y leen opiniones, respetables por demás, desde ópticas diferentes. Desde los ateos más recalcitrantes, hasta los ateos de medio pelo, esos que son ateos gracias a Dios, como jocosamente lo expresa un buen número de personas; pasando por los indiferentes, a los que ni les va ni les viene discutir temas religiosos, porque no hacen parte de sus preocupaciones. Una gran masa de gente que se supone tiene convicciones cristianas y son católicos, aunque muchos en la vida diaria den un testimonio de realidad que contradice su creencia. Hasta llegar a los extremistas religiosos que hacen de la fe un buen estandarte para justificar su pensamiento obnubilado, como el de todos los extremistas, que quieren meter a la fuerza unas convicciones que otros no tienen, so pena de someterlos al escarnio, cuando no a desmoronarlos a hierro y fuego, más a fuego que a hierro, que en quemar son expertos, como si la religión en sus seguidores fanáticos se nutriera todavía de los pirómanos que la ejercieron hace mucho tiempo ya.
Pero independiente de la respetable creencia de los unos, o la falta de la misma de los otros, fue una semana que cambió por completo la rutina de nuestro acontecer. Recepciones multitudinarias, gente que se sintió realizada solo con verlo, otra que tuvo la fortuna de que los tocara, y no pocos de esos privilegiados que hay en Colombia, que están en todas las recepciones, como si esto fuera todavía un feudo, en el que pequeños burgueses se creen príncipes, merecedores de todos los derechos, que no son comunes a la mayoría de los colombianos.
El presidente Santos contra viento y marea, contra la opinión de los manipuladores y manipulados políticamente, de los que simplemente no le creen nada, ha realizado tres cosas que parecían imposibles: La paz con las Farc, que disgusta a tantos, que prefieren una buena guerra a una mala paz, a pesar de la demostración de la disminución de actos terroristas y muertes causadas por los actores del conflicto. No tienen en cuenta la anhelada tranquilidad de un hospital, el Militar, que antes se mantenía abarrotada de mutilados, testigos vivos de esa violencia sin norte y sin objetivo; también la de muertos por montones en todos los rincones de Colombia. Menos muertos que los que dejó el paramilitarismo, tan afín al gobernante que antecedió a Santos, pero muertes violentas, que arrasaban poblaciones y dejaban en la miseria comunidades enteras, sin consideración de tipo alguno.
Pero no solo eso, también ganó el Premio Nobel de la Paz, que aunque criticado por muchos, representa en el mundo el más alto galardón con el que se premia a una persona en este desordenado planeta. De eso también se hizo una verdadera orgía de especulaciones, para tratar de decirnos que lo compró. Como quieran, es muchísimo más importante que ser el Gran Colombiano, del canal History Channel, que se elige con votos de los seguidores del elegido.
Y para rematar viene el papa Francisco, para darle un espaldarazo a la paz. Quienes oyeron sus sermones en los distintos actos que ofició, pueden decir lo que quieran con respecto a si creen o no en eso, pero no pueden negar que vino en defensa de las víctimas, en la procura del rescate de los más necesitados, en el camino de dejar un claro mensaje de reconciliación y de perdón, necesarios en toda sociedad que quiera vivir con dignidad y sin sobresaltos inesperados, causados por las ráfagas de muerte al por mayor y al detal que tuvimos en Colombia, por cuenta de los insurgentes, los paramilitares y por el propio Estado, con sus grupos no controlados, con los que lograron cegar la vida de colombianos, que no tienen como defenderse de esa aplanadora letal e inmisericorde. Para eso están los millones de desplazados, los falsos positivos, en la que perdieron la vida humildes jóvenes que murieron infamemente, porque "No fueron a coger café, iban con propósitos delincuenciales y no murieron un día después de su desaparición, sino un mes más tarde", como lo dijo sin sonrojarse el expresidente “cizaña”.
No sabemos en qué va a terminar este camino emprendido en procura de la paz, nadie puede garantizarla, pero hacer el esfuerzo por conseguirla, vale todo y merece que se adelanten las gestiones, porque si se logra gozaremos del más precioso y desconocido bien que puede tener el ser humano, que es el de vivir en armonía, aún en medio de las diferencias, disminuyendo las franjas de desigualdad, hoy verdaderos abismos, para que la mayoría puedan salir efectiva y no retóricamente de la pobreza en que vive, tener las mismas oportunidades que deben ser comunes a todos los colombianos, para que no sean las condiciones de pobreza y desigualdad social, las que los mantengan sin esperanza en el fondo del precipicio, esperando la determinación de algún político o gran industrial, sensato y con dignidad, cualidades que son tan escasas, como la dignidad y el pudor entre ellos mismos.
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