Las elecciones están cada vez más cerca. Si solo hay primera vuelta, será el domingo 27 de mayo de 2018. Si hay segunda vuelta, sería el 17 de junio. Lo dicho, dicho está. Lo que piensan decir o hacer, a estas alturas del debate, tiene pocas modificaciones.
Decidieron bajarle el tono a las ofensas personales, que fue a lo que se dedicaron durante meses, para presentar las propuestas, pero han sido tan poco importantes para los candidatos, preocupados más por ganar adeptos desprestigiando al otro, que por la claridad y veracidad de lo que tienen como plan de gobierno.
Ya veremos si los pactos de no agresión son cumplidos por gente que está entrenada en el facilismo de promocionarse sin ideas propias, a expensas de mostrar los defectos de los otros, con la incapacidad que tienen los que se consideran ungidos, de verse a sí mismos.
Si algo ha salido a la luz pública y reluce en la palestra, es la incapacidad mental de la mayoría de los candidatos para hablar con claridad de lo que pretenden hacer, sin engaños, sin falsas promesas, sin artificios mediáticos, sin mentiras, con principio de realidad, para demostrar coherencia entre lo que piensan, dicen y hacen. La tarea no es fácil en un país todos los días más polarizado, con periodistas que no informan porque resolvieron hace mucho tiempo tomar partido, quitando al arte noble de informar, la característica que le debe ser fundamental, esa y no otra, que la de la imparcialidad, la capacidad de emitir noticias sin juicios de valor.
Pero la realidad muestra que la mayoría de los medios tiene bien definido el candidato, en una afrenta a la información, una distorsión del acontecer, de mano del sesgo evidente con el que sin disimulo alguno se meten en el debate e informan, o mejor, “desinforman” a los ciudadanos, verdaderos dueños de “la opinión pública”.
En una primera vuelta estarán en el juego los dos candidatos que representan la derecha; también los candidatos que no representan la derecha, o aquellos que sí la representan, pero son moderados y no violentos; no faltan los candidatos de izquierda moderada, sin que se evidencie que tengamos candidatos de extrema izquierda o anarquistas.
De los primeros, la derecha no exactamente la moderada, en su extremismo, por el contrario, hemos sido testigos de sus discursos incendiarios, incitadores de desacuerdos y violencia. Violencia que se ha materializado en agresiones a candidatos y seguidores. Un verdadero florecimiento en la política, de “las barras bravas” del deporte, que tanto daño le hacen a las dos actividades. De los segundos, ninguno de ellos se ha caracterizado por la violencia en su lenguaje, ni la incitación a la misma en su campaña.
Que uno lea que Uribe descalifica a los maestros, culpándolos de los males que tenemos, es un despropósito solo pensable en alguien que tiene perdido el horizonte hace ya mucho tiempo y quiere seguir gobernando por interpuesta persona, devolviéndonos en el futuro a un pasado que no queremos volver a recorrer. Hasta el candidato que lo representa tiene un “discurso” muy bien elaborado, tanto que parece contradecirlo. Falta averiguar si en ese fanatismo llevado a la devoción personal eso es verdad, o si por el contrario es una medida de la hipocresía con la que suelen actuar la mayoría de nuestros políticos.
Las masas han sido tan manipuladas, la información tan distorsionada, que hoy no podemos asegurar con certeza si habrá segunda vuelta, tampoco, en caso de que esa fuera necesaria, cuáles serían los probables candidatos que “pelearían” por el voto de los colombianos. Estamos en un momento crucial para nuestra raquítica democracia. Tenemos que hacerle frente al endeble andamiaje, sobre el cual los grupos políticos y los politiqueros de profesión y oficio, han construido nuestro acontecer, jugando con nuestro pasado, mancillando nuestro presente y dejando en manos del azar nuestro futuro.
Ha comenzado la recta final para primera vuelta. Veremos que la democracia en Colombia es un negocio en el que hay más intereses particulares que preocupación por el desarrollo de un país justo, construido sobre los pilares sólidos del bienestar general.
Es el principio del fin. Un descanso para Colombia.
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