La corrupción en Colombia es cuento de nunca acabar. Salimos del último escándalo nacional, que parecía habría sido el punto final, para los entes de control, para la justicia y para los ciudadanos; creyendo con ingenuidad, que se daría comienzo al ejercicio de un derecho, el de la justicia acorde con el delito, ese sí de mano dura, para acorralar a los delincuentes que nos han convertido en país paria.
Pero no. La impunidad sigue siendo la característica de nuestros sistemas de control, tan pasivo, tan indeciso, tan liviano; cuando no tan injusta y solapada. Es por falta de una ley fuerte que este país que amamos está convertido en un pozo séptico, en el que la injusticia es reina, la impunidad emperatriz, y la inmunidad princesa, todas ellas sin honor, valor, decencia o recato.
Tenemos códigos llenos de leyes, al lado de leyes que modifican los códigos que establecían las ordenanzas que las constituían. Un rompecabezas solo concebible en una republiqueta sin un poder judicial sólido e independiente de los políticos y de los que hacen mandados.
Podemos tener una gran biblioteca, llena de escritos, derechos, leyes, reglamentos, códigos, castigos y penas, al lado de una estantería mucho más grande con otros escritos de los mismos temas, pero con distinto talante y escritos con poco talento, aunque con mucha viveza y picardía, para hacer que en su contradicción, la ley sea una damisela a la que cualquier deshonesto puede violar, a plena luz del día, frente a todos, en flagrancia, sin que les pase nada.
Nuestras leyes, deformadas por los acólitos jurídicos de los políticos, también por los políticos, que tienen en sus manos el poder nominador sobre el poder judicial; están sosteniendo un andamiaje jurídico del cual todos los tramposos pueden burlarse, sin pena y creen con gloria. Esa es la mayor desgracia que tenemos como Nación, después de la falta de educación para todos, el no cumplimiento del derecho a la vida digna como un bien general, no cumplido por supuesto. Es la ineficiencia, inequidad e injusticia de nuestra justicia: politizada, desprestigiada, manipulable, con precio.
Esto lo digo con el respeto que me merecen los jueces, magistrados y empleados de la rama judicial que conozco, que sé son impolutos, decentes. Son esos que hacen honor al alma de la toga, los que cumplen con decoro, decencia y pulcritud sus encargos. Son ellos las mayores víctimas de los otros, los deshonestos, los manchados, los inescrupulosos, los comprables, los con precio.
Que el magistrado Malo es malo aunque parezca bueno, eso ya lo sabemos. Pero que tenga una hija que no es simplemente Mala, sino que es peor, eso sí no lo sabíamos. Es inaceptable que con personas que se suponen educadas, esos privilegiados que tiene Colombia, la justicia no tenga una mano dura, capaz de no dejarse manipular y decidida a aplicarles todo el peso de la ley.
Es una acción que merecen por ser quienes son, por haber hecho lo que hasta ahora sabemos que han hecho, que debe haber mucho más que no sabemos, algo que es inaceptable y repudiable en personas que llegan a esas posiciones privilegiadas del poder, vaya uno a saber cómo, con qué ardides y qué trampas. No ser severos en grado máximo con personas que deshonran y pisotean la Justicia, sería una verdadera vergüenza para los entes que se han creado; los encargados de vigilarlos, controlarlos, judicializarlos, sancionarlos. Pero no, como son “inofensivos”, les dan libertad condicional.
Llegó el momento de no aguantar y acallar más; de que nos unamos como sociedad para que esos delincuentes, personas de la talla de Palacinos, el exfiscal Moreno, López Domínguez, Popeye, los Nule, Los Moreno Rojas, los Bustos, los Bustillos, y toda esa caterva de inmorales y defraudadores de la ley, se sientan acorralados, puestos en evidencia. Que sientan de verdad que sus delitos, sus componendas, sus estafas, sus actos violatorios de la ley, no son más premiados o ignorados. Que sientan el peso de la ley justa y sin precio.
Y al magistrado Malo que le duela más, que la hija sea peor, como un reflejo de quien aprendió, que la sentencia que merezca, contenga una pena moral, que no podrá evadir, ni habrá código que les devuelva el honor que no tenían, pero que ahora dan por perdido. No más impunidad con los fuertes y poderosos, ni más demostraciones de un poder que puede aplastar a los débiles.
Que el fiel de la balanza recobre el equilibrio; que la justicia vuelva a tener los ojos vendados o sea ciega de una vez por todas.
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