Por fin terminó el espectáculo circense de las elecciones presidenciales. Era la final, sin duda, pero ahora es el comienzo de la verdad. Sabremos a ciencia cierta quién será el que mande. La mamá del ganador de las elecciones, Doña Juliana Márquez de Duque, cuenta una historia bonita, llena de inexactitudes, no porque quiera deformar la realidad, es que madre es madre y así lo ve ella. En entrevista a Semana dijo: “Iván es Iván y el presidente Uribe, es el presidente Uribe”. Parece no estar enterada de que Uribe no es presidente hace 8 años. Bueno, así lo llaman muchos de sus seguidores y todos los burócratas que lo rodean en la política.
Pero eso es otro cuento. Lo cierto es que Iván Duque ganó las elecciones del domingo, por lo que será el próximo presidente de Colombia. Ese hecho hay que aceptarlo. Uno puede estar en desacuerdo con sus planteamientos, no compartir sus ideas, creer que no cumplirá la mayoría de las promesas que hizo, pero tiene que aceptar que ganó las elecciones. De eso se trata la democracia. Si fue con transparencia o fue con trampas, lo dicen más los que lo acompañaron y se le unieron en bloque cerrado, que su recién estrenada profesión de político. Eso, aunque él diga que viene preparándose para ocupar la primera magistratura desde que apenas gateaba.
Esperemos que los apoyos que recibió, los hay buenos y honestos, la mayoría opacos, turbios y deshonestos, no le tuerzan el recorrido. Es que darle gusto a tanto delincuente que se adhirió a su campaña no va a ser tarea fácil. No dárselo será tarea peor.
Será tarea difícil esa de manejar una clase política que reunió a todos los actores de la vieja y la nueva política, entre los que no faltan delincuentes con curul y puesto burocrático. De esos, en esa coalición, estructurada a la medida del gran bastardo de la propaganda negra, JJ Rendón, hay por montones. Por el bien de Colombia, esperemos que no se le salga de las manos el manejo de lo público para convertirlo en “privado”, y que su paso por el solio de Bolívar no sea otro insulto al Prócer de la independencia, como el que le han dado, tantos delincuentes que han osado sentarse en él, para desgracia de nuestra patria. Lo mejor que nos puede suceder, contra todo lo previsto, es que le vaya bien, que lo haga mejor y que nos demuestre que no es el títere que muchos colombianos creemos es.
Al lado de su victoria arrasadora, quedará escrita en la memoria la impudicia total de muchos de los medios de comunicación, convertidos en serviles estafetas de su candidatura. La falta de rigor, la ausencia de ética de muchos periodistas de los canales de televisión y la radio produce vergüenza. Nada que hacer. Estamos llenos de personas con precio, comprables, vendidas al mejor postor; sin límites, sin talanqueras morales, sin peajes, sin decencia. Simples estafetas de los grupos empresariales más grandes del país, que en forma desvergonzada tienen, no solo puentes colgantes caídos antes de colgarlos, túneles inaugurados muchas veces sin que se hayan unido sus extremos; comerciantes del voto, manipuladores de masas empobrecidas, que fueron llevadas sin pudor alguno, al sitio en el que dejaron el voto, para permitir que les aniquilen la esperanza. Son esos mismos, con las excepciones que confirman la regla, los que tiene el monopolio de las comunicaciones. Una vergüenza inaceptable en un país decente y civilizado.
Del otro lado está una gran cantidad de gente, que ya es capaz de demostrar su inconformidad, de votar contra el establecimiento; esa que muy seguramente será la encargada del control político a los elegidos.
En la caja Pandora, la esperanza, que quedó solitaria, es lo último que se pierde. Esperemos que los que no votan, los que con sofismas elaboradísimos votan en blanco, tomen conciencia para que la construcción de una Colombia decente, no sea una distopía, sino una utopía realizable, sueño de la razón, que solo se puede tener estando despierto.
Pasamos de promesas incumplidas como: “Bienvenidos al futuro”, “El cambio es ahora”, a una voluntad esperanzadora: “El cambio apenas comienza”.
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