Nuestro país es un manantial inagotable de hechos cotidianos que parecen salidos de un mundo de ficción, pero que están aquí para demostrarnos que la realidad supera con mucho a la entelequia. No lo queremos aceptar así, eso nos duele mucho más de lo que creen, como hijos de esta patria lastimada, maltrecha, despiadadamente maltratada, sin dolientes, sin hijos que den la vida por ella, dejándola al azar, a la casualidad, a la falta de rumbo y orden.
Nos duele reconocerlo, pero no tenemos más remedio que aceptar nuestra realidad macondiana, con sus evidentes y notorios visos de “República Bananera”, en entrega de última edición. Es una desgracia para toda la población, para todo un pueblo que no tiene ciudadanos con el vigor suficiente, para unirse y enfrentar juntos la caterva que tenemos en muchos de los puestos de dirigencia, en la política, en la industria, en el comercio, en las organizaciones de control, en las ramas del poder, en el Gobierno, en los conglomerados que conforman ciudadanía, en las distintas profesiones, haciendo de Colombia un botín para una minoría privilegiada pagada con la pobreza de mayorías.
En fin, estamos ante una realidad en la que “sabemos el precio de todo, pero no conocemos el valor de nada”. No es posible pensar en un Estado digno si no tenemos como una prioridad la de hacerle cimientos sólidos a este “latifundio”. Este país, que muchos “cacaos” y “avispados” ha convertido en grandes baldíos, de los cuales se han apoderado, sin ruborizarse, sin sentir vergüenza, sin que crean o piensen que están destruyendo la esencia sobre la cual se construye una nación decente: la equidad y la justicia social.
Necesitamos pensar en cómo vamos a armar los pilares sobre los cuales podremos construir una patria digna, de la que nos sentamos orgullosos; una que podamos defender a capa y espada, sin temor alguno, aquende el mar y allende las fronteras, porque la convertimos en la “Madre Patria”, que nos vio nacer, esa en la cual podamos tener un futuro más esperanzador y menos desafortunado. Nosotros nos morimos, todos nosotros, sin excepción; pero esta tierra seguirá acunando a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos siempre y es por ellos que tenemos que luchar.
Pero la realidad de nuestra cotidianidad es una opereta, que nos muestra la realidad que vivimos, gracias en buena parte a los grupos políticos, a los personajes que de ellos hacen parte burlándose de la política, a los que son elegidos o nombrados para manejar los destinos de nuestro país. Es a esta clase política corrupta y sin vergüenza; a esta burocracia sin límites y sin valores pero con precio, comprables o vendibles al mejor postor, a la que debemos nuestra debacle institucional, nuestro derrumbe colectivo, nuestra convivencia con las mentiras y engaños de la clase dirigente, que demuestra con claridad y cinismo que carece de principios, no tiene reparos morales ni retenes que no sean fácilmente burlados en sus pérfidas acciones, escondidas en discursos muy bien elaborados, con los que mienten, engañan y seducen sin pudor alguno.
Tenemos que seguir trabajando por acabar con la infranqueable brecha que han ido construyendo durante 199 años de vida republicana las élites que nos han gobernado. Ellos son los mismos, con las mismas, cambian de apellido pero no de ideología. Se dicen preocupados por el bien común, pero es el menos común de los bienes que les preocupa. Les interesa el monopolio del poder, pero con el monopolio de las riquezas, de las tierras, de los bienes.
Se roban miserablemente los recursos del Estado, en cantidades que son vergonzosas, tanto como increíblemente solapadas y no castigadas, convirtiéndolas en un “premio” que merece el gobernante de turno, con el que beneficia a sus amigos y colaboradores.
Ya fue nombrado el nuevo Contralor de la Nación, Carlos Felipe Córdoba. Solo debe cumplir dos reglas: ser honesto e insobornable. Colombia espera el juicio de muchos delincuentes que han hecho de nuestro país una nación paria. Esperemos que Uribe responda por los cargos por los que está llamado, porque no puede haber nadie, por muy “mesías” que se crea, que esté por encima del imperio de la ley.
Que Duque demuestre que no es el títere, manipulado a su antojo por un titiritero que carece de la dignidad que tenía Gepetto.
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