El próximo domingo, usted, colombiano con derecho a elegir, saldrá a votar. Elegirá los miembros que harán parte de esa desprestigiada corporación, llamada Parlamento. Con su voto, quedarán electos senadores y representantes a la Cámara.
No habrá renovación verdadera, son los mismos de siempre, algunos representados por sus ahijados políticos. Ellos representarán muy bien a esos que a dedo los escogieron, no a usted, sino a esos que se gastan sumas de dinero escandalosas para que los nombren, porque saben que la recuperarán fácil y rápidamente, no precisamente con los salarios que reciban.
Probablemente usted va a botar el voto, pero esos son los riesgos de una bien maquillada democracia. No estarán los mejores representantes del pueblo, tampoco tendremos gente con cualidades excepcionales. Los que lleguen nuevos serán una copia exacta de los que los llevan a esas corporaciones para seguir haciendo la parodia indecente de país libre, de país democrático.
La verdad es otra. Solo lo necesitan a usted ahora, para que con su voto los elijan. Después de elegidos, usted dejará de importarles. Eso, porque en Colombia la política dejó de ser arte noble, para convertirse en un bazar; una representación teatral y circense, que llevará al poder a gran parte de lo peor que tenemos en nuestra sociedad.
Hombres y mujeres sin vergüenza, sin escrúpulos, sin principios, sin honor, apuntalando su poder, en los cimientos endebles de una manoseada democracia, débil, corrupta, llena de vicios, sin control ciudadano, sin retenes. Usted los verá sonreír con hipocresía, agradeciendo su respaldo, pero no los verá reír a carcajadas cuando encumbrados en esos escaños puedan hacer lo que les venga en gana, como les dé la gana.
Los pueblos se merecen los dirigentes que eligen, de eso no hay duda. Colombia no es la excepción; más aún, es el campo de experimentación de los procesos de degradación política, llevados a su máxima expresión. Con contadas excepciones, que confirman la regla, serán nombrados los peores, para mancillar esos recintos otrora sagrados, los peores entre los peores, de nuestra sociedad.
Esos elegidos ahora son más instruidos, más documentados, con más títulos, porque el negocio en que convirtieron la política, ejercido sin honor y sin méritos ha sido rebajado a la categoría de chatarrería. La mayoría, los más fieles representantes de los recicladores. Recicladores de basura política, de los restos de un país que hace mucho tiempo perdió la dignidad y entregó su manejo a los más aventajados en el arte del engaño, de la trampa, de la triquiñuela.
Usted creerá que no lo están engañando cuando participe en el festival que tienen organizado, para que hipnotizado, la mayoría de las veces, cuando no consiente de ello, meta el dedo para decir que votó y con su X, haber marcado al que aparentemente lo representará. Olvídese de eso. Ellos no harán nada bueno por usted. Ellos llegarán al poder para demostrar el nivel bajo al que hemos llegado, cuando tengamos apoltronados, ensuciando el templo sagrado de la democracia, a lo peor de nuestra sociedad.
Pero, en fin, por ahora no se ven vientos de cambio; nada indica que esta vez será distinto.
De manera que sepa de antemano que usted al votar, va a botar su dignidad, su esperanza y su futuro. Solamente el día en que comencemos a educar a la gente; el día en que pensar sea un ejercicio universal, al que tienen derecho todos los colombianos, porque no les han quitado las oportunidades, ni los han mantenido marginados, entonces, solo entonces, podremos pensar en la "distopía", sueño de la razón, de una Colombia dirigida por encargo por los mejores representantes de nuestra sociedad, sin distingos de estrato.
Mientras tanto, sepamos que seremos gobernados por los peores, por los negociantes del fervor popular, por los payasos del circo que tienen como función estelar la farsa de las elecciones.
Amanecerá y veremos, como dijo un ciego. Es que votar sin conciencia es igual al ejercicio de un invidente buscando un sombrero negro en un cuarto oscuro, a sabiendas de que ese sombrero, puede estar en la casa del frente. El honor de los políticos puede estar en el fondo del mar. El problema es que tendríamos que desocuparlo, para encontrarlo.
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