Ya nada nos conmueve. Pasan los días rápido y las noches ligeras, con la misma rapidez, con la que se nos escapa el tiempo entre las manos. No parecemos darnos cuenta. Hacemos una negación con la que podemos continuar viviendo en medio de tanta desigualdad y corrupción. Los delitos mayores pasan desapercibidos ante cada impudicia diaria, en una nación en la que los escándalos mediáticos son más importantes que los delitos graves.
La justicia está congestionada. Miles de demandas y de pleitos, que en otra parte no tendrían razón de ser, ocupan anaqueles haciendo perder tiempo a fiscales y jueces, porque no tenemos sistemas que diferencien lo importante de lo anodino. Los funcionarios judiciales se ahogan entre expedientes enormes, acumulados, que esperan se resuelvan para descongestionar la rama judicial. Hay plata para todo, pero escasea para fortalecer la justicia y hacer que un juez no tenga más que un número determinado de procesos, que pueda estudiar con juicio y resolver con prontitud.
Tenemos tantos abogados dedicados al litigio, que no podemos esperar que la rama judicial sea eficiente, cuando tiene recursos limitados, escasez de funcionarios y presupuestos que son inferiores a los que merece. Si a eso agregamos que los que tienen poderes más importantes, no pocas veces están politizados, entonces tenemos este remedo de justicia, en el cual los jueces dignos pagan las consecuencias de una rama atiborrada de procesos que podrían ser resueltos en otras esferas. Obstaculizan la función de la parábola judicial, convirtiéndonos en un país lleno de injusticias y de politiquería que hizo metástasis en la rama judicial, la maneja a su antojo, porque son ellos los que nombran y recomiendan.
La política, un arte en esencia bellísimo, cuando cumple su función de representar los intereses de los que los eligen, convertida en una cueva de alimañas sin escrúpulos, sin honor, haciendo lo que les viene en gana, para desgracia de una nación que ve desmoronar los cimientos sobre los que se construye un Estado digno.
Se ufanan de los resultados macroeconómicos que parecen decir que vamos mejor, cuando en realidad vivimos en un reino de desigualdad e injusticia que tiene abismos profundos, en las que mayorías viven en pobreza, simple o extrema, pocos tienen oportunidades reales patrocinadas por el Estado y minorías se hacen dueñas del país, sus tierras, su economía y sus riquezas.
Agreguemos las autoproclamadas gestas de grupos de marginales, paramilitares, insurgentes, narcotraficantes, delincuentes de cuello blanco, criminales y deshonestos. Entonces tenemos una radiografía clara de todos los males que aquejan este país, que le importa a muy pocos, del que se lucran con engaños muchos, y en el que se enriquecen sin medida grupos privilegiados, todopoderosos, que no se ruborizan cuando ven la realidad de un país de desigualdades e injusticia.
Ese fenómeno no es local; está extendida por toda la geografía nacional, todos los departamentos, los municipios. No escapan a ese manantial de corrupción inagotable, entidades descentralizadas, fundaciones, que se roban los recursos públicos sin que les pase nada, funcionarios que se enriquecen sin vergüenza alguna, porque saben que la impunidad es generalizada; se sienten protegidos, burlan todos los preceptos institucionales, todas las leyes, sin que les importe.
El país hay que repensarlo. Los grandes delincuentes deberían pagar penas proporcionales a sus delitos; los que se roban los recursos públicos o estafan a la gente estar presos hasta que devuelvan lo que robaron y reparen a las víctimas de su codicia y felonía. El narcotráfico ser castigado de manera severa con penas máximas, los estafadores en serie con sus pirámides, estar inhabilitados de por vida para el ejercicio de lo público. Los hijos de delincuentes mayores no podrían ocupar cargos públicos.
En fin, si no comenzamos a cambiar los principios fundamentales, aplicando justicia de verdad, sin manipulaciones de poderosos, estamos condenados a siglos de injusticia y desigualdad.
Es hora de que comencemos a pensar en una Colombia distinta para los que nos sucedan. Tenemos que ponerles freno a los delincuentes de todas las pelambres, para comenzar a construir una nación justa y digna.
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