Creo que era los lunes cuando llegaba al salón de clases don Raúl con una edición de las Selecciones del Reader's Digest. Era el coordinador de disciplina del colegio. Infundía respeto a estudiantes y profesores. Si él dirigía un acto público, una izada de bandera, nadie se atrevía a molestar, pues tenía la virtud de saberse el nombre completo de todos los estudiantes y hacer el llamado de atención desde lo alto. Ojo de águila, además.
Ese día, de cada semana, se pasaba de salón en salón. Repartía a cada estudiante una pequeña hoja en la que debíamos anotar 10 palabras que nos dictaba. La interrupción de la clase de turno duraba un par de minutos. Las palabras las traía subrayadas en la revista, cuya colección estaba en la biblioteca del colegio y en las de muchas otras bibliotecas. En mi casa, por ejemplo. Luego nos devolvía la hojita corregida. Al final del año había un ganador de todo el colegio. Era un concurso de ortografía sin aspavientos y una oportunidad para enseñarnos nuevas palabras y su correcta escritura.
La revista Selecciones llegó a ser la más leída del mundo. Le atribuían que era propaganda proestadounidense. Hace ya casi 30 años que me gradué del colegio en la república independiente de Pensilvania. En esa época no había internet. Así que los noticias científicas, las curiosidades del mundo y decenas de artículos de interés, los conocíamos en buena parte por esta revista. Según don Fernando Ávila, lograba ser tan leída porque cualquiera la podía entender, gracias a que sus noticias tenían un Índice de Nebulosidad (ÍN) de 10, perfecto.
El ÍN es la dificultad de lectura que tiene un texto, y se obtiene con base en una fórmula que mide el número de oraciones por párrafo y la extensión de las palabras. Cuando ese ÍN es menor de 10 es para niños, si es de más de 15 o 20 es un texto científico y si supera por mucho esto, digamos 30 o 35, es un galimatías ininteligible.
Los rusos tenían la suya, Sputnik, que aparecía por ahí de vez en cuando.
Hace poco nos reunimos 18 graduados de la promoción de 1988 y entre risas, alegorías, reproches recuerdos y comida, mucha comida, salieron a relucir las figuras de los profesores que nos soportaron, nos enseñaron o nos regañaron.
A don Raúl, todos lo recordaron como un señor de mucha sabiduría y un ejemplo, aunque en nuestra época le temíamos. De él era una famosa frase que todos repetíamos: "la tarde no tiene cogedero". Una lección de gramática que nos daba cuando se nos pegaban las cobijas o nos quedábamos viendo la etapa de la subida al Alpe d'Huez, de Lucho Herrera, y solo atinábamos a balbucear: "me cogió la tarde".
Lo recuerdo con especial aprecio porque esos dictados de ortografía fueron clave en mi formación para escribir un poquito mejor, aunque aún se me vayan por ahí las luces, a veces muy seguido, para golpear mi orgullo. Don Raúl marcó a toda una generación de estudiantes del colegio y seguro que muchos aplicamos sus conocimientos sin darnos por enterados lo que nos ayudó con sus dictados de Selecciones.
Por mi experiencia docente sé cómo apreciarían muchos a alguien que se preocupara por su ortografía en el colegio, como lo hizo don Raúl. El próximo lunes se celebra un nuevo Día del idioma, pero con todo lo mal escrito en redes sociales, libros, periódicos, revistas, carteleras y avisos, no hay mucho que celebrar.
Aviso parroquial: De esto, de la nebulosidad en la escritura, de los cambios de la lengua, de cómo hacer buenas presentaciones hablaremos en el II Diplomado El arte de escribir y expresarse bien, que dictamos la Universidad de Manizales y LA PATRIA. Venga y aprendemos juntos.
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