Fernando-Alonso Ramírez
@fernalonso
En plena Guerra Mundial un avión enemigo cae en territorio japonés. Un hombre sobrevive. En tiempos sin televisión ni teléfonos, ni imágenes satelitales es capturado un hombre, un hombre negro. Y no haber visto nunca antes a alguien diferente causa fascinación en los niños y miedo en los adultos.
Este relato de Kenzaburo Oé, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1994, descubre con una prosa impecable esos destellos de fascinación que provoca lo desconocido, así como relata con tacto y maestría la transformación de los niños inocentes en envidiosos, buscapleitos o lujuriosos, según sea el caso de uno u otro.
Un pequeño poblado en medio de la casi nada, cuyos habitantes apelan a las autoridades para que se encarguen del prisionero, La presa, pero en el desorden de la guerra que se pierde, no encuentran eco en la burocracia militar y deben seguir haciéndose cargo de ellos mismos.
Los hombres, pocos y mayores, porque los jóvenes están en la guerra, van viendo cómo los más pequeños son los que toman las riendas del prisionero al que vuelven algo así como su mascota o, dependiendo de la psiquis de cada uno, su amigo. A medida que pasa el tiempo y todos se van acostumbrando, las medidas se relajan, la confianza empieza a ganarse, nunca del todo y casi que el prisionero pasa a ser visto como invitado. Una ilusión.
Y en medio de estos descubrimientos, de estas nuevas maneras de relacionarse con lo diferente, de ese saberse a salvo en plena guerra, lejos del ruidoso mundo urbanizado y en donde los niños son antipáticos con los del campo, todo de pronto cambia y sedespiertan.
La guerra ha llegado a su tierra en un avión que se estrelló y los ha afectado tanto que cambió sus rutinas y sus maneras de relacionarse los unos con los otros. La cruda realidad está al frente y el resultado duele en lo más profundo, en el alma misma.
Léanse esta maravilla de novela, de apenas un centenar de páginas, y disfruten el placer de la narración de un maestro.
En frases
* Cuando los rústicos aldeanos nos encontrábamos con los ciudadanos, nos trataban con una aversión semejante a la que habrían sentido por unos animales sucios.
* Mi hermano y yo éramos dos menudas semillas envueltas en una vaina dura y de pulpa espesa.
* El soldado negro era como un animal doméstico, la mansedumbre personificada.
* Que hubiera podido confiar en aquel soldado negro como en un amigo me parecía una estupidez inconcebible.
* Así, de golpe, nuestra aldea se veía envuelta en la guerra; y yo en medio de aquel tumulto, ya no podía respirar.
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