El último diario de Tony Flowers vuelve a editarse, esta vez con el sello de la Universidad de Caldas, 22 años después de conocer la imprenta por primera vez. Será interesante que los verdaderos estudiosos de las letras caldenses guíen al público en qué tanto ha cambiado esta novela en sus diferentes impresiones.
El autor, Octavio Escobar Giraldo, dice que sí es mucha la diferencia entre la que se acaba de publicar con la primera edición, que yo leí entonces. Sin embargo, por mucho que intenté excavar en mi memoria al leerla de nuevo, no recuerdo nada diferente; pero es sabido que el escritor manizaleño tiene por costumbre revisar los libros antes de cada nueva edición y, por lo general, quitarles páginas. Pensé en hacerlo, pero hay mucho que leer como para hundirme en esos meandros que no conducen a ningún lado. Eso se lo dejo a los críticos de verdad, no quiero perder mi rol de aficionado lector.
Al leerla de nuevo en esta bella edición, El último diario de Tony Flowers nos recuerda por qué sigue siendo una novela favorita para muchos de los aficionados a la literatura de Escobar, el libro que lo llevó a que lo designaran como autor postmoderno, cosa que yo no termino de dilucidar.
La trama se desarrolla en la agitada Nueva York del 80, cuando amor, drogas y rock and roll pierden terreno. Hasta ahí todo era fiesta en el mundo del arte y el cine, y Tony Flowers fue uno de esos autores que se fueron diluyendo en los excesos, como tantos que al final de sus días apenas si podían fiestear y nada de crear.
Traducir los textos reunidos de este diario fue la tarea encomendada a un incrédulo del artista, quien desconfiaba sobre todo de la excesiva violencia y casi pornografía de sus libros, que le dieron la fama de hombre de avanzada y perteneciente a los chicos malos de la cultura neoyorquina. Todo un enfant terrible, y la imagen se nos torna empeorada por cuenta de los pie de páginas, mala leche, del traductor.
Se deja ver un homenaje a los relatos de Lovecraft y hace alusión a la importancia que tuvo Playboy para potenciar las narrativas de escritores que necesitaban cierto empujón.
Conversa con Colombia a través de un taxista que le cuenta historias en las que Flowers empieza a elucubrar futuros cuentos que ya no puede concretar, producto de las drogas tal vez, de la mujer fatal con la que se metió, por el hongo que consume lentamente su edificio o porque se le agotó la creatividad. El lector decidirá la verdadera razón.
Como se trata de un diario, claramente lo que encontramos son fragmentos y si tenemos en cuenta que se trata de una traducción, lo fragmentario se puede tornar como piezas desarticuladas, pero realmente son parte de lo que pretende dejarnos claro Escobar. Un hombre que terminaba su vida como por episodios, por fragmentos.
El sarcasmo, como en casi toda obra del escritor caldense, no puede faltar. Me quedo con este, destinado a un escritor fantasma contratado por la editorial para intentar que Flowers termine su anunciada obra maestra: "Tiene aún todas las ideas pretenciosas de un escritor novel, todo ese inútil parloteo teórico que destruye la literatura europea".
Esta edición de tapa dura, que se consigue en la librería de la Universidad de Caldas, viene ilustrada por Jorge Tamayo, con piezas que embellecen la obra.
Si usted no ha leído a Octavio Escobar, este puede ser un buen momento para empezar. Eso sí, tenga apertura, se trata de una novela que no tiene ningún estilo tradicional de escritura, pero le garantizo que al terminar no estará defraudado.
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