El 31 de diciembre falleció Alonso Aristizábal, el primer escritor del que tuve conciencia que era de carne y hueso. Lo pude escuchar y le pude hablar. Se bajaba de los altares y me enseñaba que era un narrador, un artesano de la palabra y un paisano.
Soy consciente de haberlo conocido cuando asistió a unas jornadas culturales a Pensilvania a presentar Una y muchas guerras, que entonces leí con mucha expectativa, pero que no me llegó al alma como esperaba. Eran tiempos en que me era muy difícil meterle muela a la literatura latinoamericana en general. Lo mío eran los clásicos de aventuras: Dumas, Stevenson, Defoe, Salgari, Conan Doyle y, como ya he contado, libros de vaqueros y todos los de Agatha Christie.
Luego Alonso, de quien escuchaba mucho en mi casa por ser buen amigo de mi mamá y de mis tíos con quienes tuvo en su época de estudiantes la Tertulia Estudiantil Atalaya, compartió muchas veces su conocimiento.
Había leído sus cuentos de Un pueblo de niebla, mi pueblo, y con ellos me había ido mejor. No obstante, cuando empecé a trabajar en LA PATRIA, recordé que Rubelio, un personaje principal de Una y muchas guerras había sido corresponsal del periódico. Lo leí de nuevo. Entendí, ya con más años, por qué se decía que era su mejor obra y parte de la historia de la violencia interpartidista entre conservadores y liberales.
Entendí su narración clara, nostálgica y a la vez realista, de cómo se describía un país rural que cambiaba por cuenta de las violencias y por las migraciones obligadas, la Colombia de la primera mitad del siglo pasado. Al enterarme de la muerte de Alonso, sentí la necesidad de releer Una y muchas guerras. La recomendaba mucho en los últimos tiempos, porque siento que si el país pretende sellar procesos de paz, se hace necesario conocer la historia, y como es sabido, la mejor manera de entenderla es en la novelística.
Es difícil conseguir este libro, lo sé, como tantos otros de autores caldenses. Se trata de una obra que nos ayuda a entender a la Colombia que se mataba por los colores políticos y a la Caldas incomunicada e incendiada por el verbo de los políticos de la época. La historia de una familia, de un pueblo, de un país. La historia en clave de literatura.
En frases
* Todos los muertos del mundo rondaban ahora por las esquinas.
* Hay que informar de esto a LA PATRIA ¡Cómo se va a quedar callada una cosa así!
* En la plaza quedaban los muertos al lado de los zapatos y sombreros de la gente y de las banderitas azules pisoteadas.
* Le preocupaba que cada amanecer tuviera que aprender a vivir porque había olvidado cómo derrotar la rutina y el hastío.
* El hombre del puesto de periódicos le vendía El Tiempo y El Siglo o El Espectador y LA PATRIA, cada vez uno liberal y otro conservador; por eso se los entregaba con manos diferentes como si pensara que al juntarlos habría incendios, explosiones y muerte.
* A Gaitán lo mataron a la una y cinco p.m. y los relojes por años no marcarán más que esa hora porque sus agujas son los dedos de la memoria.
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