La novela del médico manizaleño Gustavo López Ramírez, Los dormidos y los muertos, es una mirada a veces muy de frente y otras de soslayo a lo que un grupo de sociólogos de la Universidad Nacional de Colombia, liderados por Orlando Fals Borda, llamaron la Violencia, con mayúscula. Ese periodo en que hubo gente en este país que se mataba por un color político, aupada por políticos, curas o intelectuales.
Todo empieza en Santander en donde las retaliaciones de las gentes de un pueblo liberal contra el vecino conservador y viceversa, como sucedió también en tierras caldenses, da origen al recorrido vital de una familia para evadir la ley, amañada siempre. En busca de nuevos horizontes llega a una ciudad en donde todo godo podía sentirse protegido: Manizales.
Están presentes las pasiones de la política, la devoción con que se seguía a un líder, así se tratara del letárgico Laureano Gómez y de cómo también una familia se puede desbarrancar por otras maneras de violencia, más sutiles, menos evidentes, pero que entrañan al final esa sociedad que hemos sido tan llena de conflictos.
La novela recorre de manera bien hecha episodios de la vida nacional y los va mezclando poco a poco con la vida de los personajes principales, de la cotidianidad del hogar o la peluquería o la fábrica a las discusiones nacionales de ideologías y, al final, como toda realidad, para terminar en las frustraciones de lo uno y de lo otro.
Leyendo, por ejemplo, cómo se combina la vida de Camilo Torres para inspirar a un grupo de proletarios, recordé esa novela casi desconocida de Fernando Soto Aparicio que fue La siembra de Camilo, que sin entrar en detalle de este cuenta lo que provocó en quienes lo seguían.
El asunto es que también devela Los dormidos y los muertos que muchas de esas ideologías se perdieron en el camino y por exégetas o por ortodoxias confundieron los objetivos. Al final, la tragedia, como siempre infaltable en una tierra gótica en lo que todo sucede, aunque parezca que no suceda nada.
Tengo que decir que tal vez el escritor pudo contar todo esto en menos páginas, pero es otra buena novela manizaleña y vale la pena que la lea, amigo lector, para que saque sus propias conclusiones y no que las repita porque otro se las dijo.
Debo agradecerles a todos los que han seguido esta columna en este 2018. Siempre repito, no pretendo con esta aleccionar a nadie y ni siquiera criticar, sino que es apenas una excusa para que Hablemos de libros, para propiciar la conversación.
En frases
"Deogracias se olvidó de su hija y de su esposa por un tiempo porque la inminencia de la muerte de Laureano lo puso en otro trance".
"Tan pronto pasó el temporal, todos en la caa descubrieron a la mujer seca y lánguida que dejó la maternidad contrariada. Ahora era ella misma y su vida yerma."
"Se volvió a revestir de su carácter, volvió a ser la Antonieta de arcilla y pena y su mamá lo supo nomás mirarla".
"Se había vuelto marxista a escondidas y un día le tocó volver a Manizales a enseñar en el seminario cuando se le acabó la beca".
"Era apenas la violencia de las palabras, pero una vez se pasó a la violencia de las armas ninguno hizo nada para detener la ordalía".
"Algo muy malo estaba sucendiendo, aunque estaba escrito que peores cosas vendrían para todos después".
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