Las particularidades geográficas y paisajísticas hacen de Manizales una ciudad paisaje única en su género. Enclavada en un territorio biodiverso de la cordillera central, la ciudad es un paisaje circundado por verdes lejanías e inesperadas visuales. En Manizales, el paisaje emociona cuando logramos una panorámica despejada hacia el gran Kumanday, observamos su cerro tutelar Sancancio, y cuando logramos capturar hermosos atardeceres y maravillosas vistas aéreas desde balcones urbanos que, en ocasiones, nos sitúan por encima de las nubes. Sí, Manizales es una ciudad abierta al paisaje, pero en su planificación no se contempla suficientemente este factor, e incluso su crecimiento no es consecuente frente a un hecho fundamental y estructural que la hace diferente a cualquier ciudad y frente a los derechos ciudadanos de mantener un paisaje de calidad.
Manizales puede ser una ciudad abierta, y no solo hacia el paisaje de sus montañas, sino también como ciudad de conocimiento, donde confluyen múltiples visiones de un entorno donde conviven el agricultor con los científicos de la bioinformática, los restaurantes gourmet con las “comidas a la lata” de su Plaza de Mercado, las escuelas de artes y oficios con las universidades acreditadas de alta calidad. En síntesis, es una ciudad donde se entrecruza lo rural con lo urbano y donde el conocimiento y la cultura se proyectan y entrelazan para favorecer su habitabilidad.
Precisamente por esto, y porque la ciudad es considerada la primera Ciudad Universitaria de Colombia de acuerdo con indicadores nacionales, Manizales es una ciudad propicia para que se planifique desde perspectivas abiertas, bajo modelos participativos y de buen vivir, más allá de indicadores de eficiencia. A propósito, Richard Sennett, en una conferencia magistral dictada en la Universidad de Buenos Aires, hace una crítica a las ciudades modernas, donde la inequidad urbana restringe las oportunidades y la innovación pública, y propone un modo de pensar y planificar la ciudad de tal modo que sean los ciudadanos, con los gobiernos y las universidades, los que avancen más allá de los límites de las estrechas tradiciones de la participación política.
Sennett parte de la diferencia entre “construir y permanecer”. Para él, una cosa es la materialidad de la ciudad, sus edificios y sus redes circulatorias, y otra, la forma en que sus habitantes viven y desarrollan sus actividades sociales en ella. Afirma Sennett que la tradición, en la planificación urbana de la ciudad moderna, se basa en sistemas cerrados de organización que están más interesados en soluciones funcionalistas, que en las verdaderas necesidades del ser humano. Y profundiza, por tanto, en sistemas de planificación abiertos, que favorezcan los diálogos y las sinergias entre las personas, los gobiernos locales y la academia; que posibiliten las aperturas a las incertidumbres; que permitan el diseño de la ciudad a partir de las experiencias de la gente. Un urbanismo basado en el cuerpo, no en los discursos, puesto que las necesidades humanas son más emocionales que físicas.
Similar al de Sennett, es el enfoque ecológico y sistémico de Michael Moradiellos quien propone un desarrollo urbano de carácter participativo en el marco de “las ciudades de código abierto”. El autor plantea la posibilidad de considerar la planificación de la ciudad como un sistema asimilable a un programa de software libre, para lograr que la participación ciudadana sea efectiva y se integre a la toma de decisiones que afectan la vida urbana.
Varios de los procesos que se llevan a cabo en el Centro de Ciencia Francisco José de Caldas trabajan en esta línea. El Centro se concibe como un laboratorio de participación ciudadana dedicado a la resolución de problemas del contexto, donde interactúan científicos, humanistas, artistas, hackers, gobierno y comunidad. El Centro posibilita la experimentación con tecnologías avanzadas y la creación de prototipos con la participación de personas diversas que dialogan para resolver juntos problemas de su entorno. Los talleres que se realizan, como el de Internet de las Cosas, de Pensamiento de Diseño, o el de Co-creación desde la interculturalidad, buscan profundizar sobre las posibilidades de las redes y los dispositivos en procesos de ciencia abierta para la salud, ciencias agropecuarias, artes, en laboratorios ciudadanos de participación. Una base que se toma en cuenta para el desarrollo de estos programas es el “procomún”, un concepto que se recupera y que hace referencia a bienes colectivos que son gestionados por todas las personas.
La ciudad es un bien colectivo y, por ello, es tema central de las actividades del Centro de Ciencia Francisco José de Caldas, como laboratorio abierto. Retos como la movilidad urbana, el uso del espacio público, la resiliencia frente al cambio climático, la restitución simbólica de la memoria, entre otros, son asuntos de alta prioridad que se discuten en la cotidianidad del Centro y que tienen como propósito central el consolidar a Manizales como una ciudad abierta en sus múltiples dimensiones.
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