Hay muertes que se anuncian, que envían señales, que se presienten, mientras hay otras que llegan sin previo aviso, sin esperarlas, tales fallecimientos en esas circunstancias, son los que generan desolación, sentimientos de irrealidad y confusión.
De manera implacable y contundente hacen su presencia, generando caos, inestabilidad, desgracia, soledad, angustia, miedo, incertidumbre, desdicha, infortunio y desconcierto.
La muerte de los seres queridos en circunstancias trágicas, cambia de manera abrupta el sendero de cualquier ser humano; entonces, familiares, vecinos, amigos narran una y otra vez, detalladamente la forma en que ocurrieron los hechos, lo hacen como una manera de exorcizar el dolor de la pérdida. Son historias conmovedoras que muestran el valor para ayudar y para arriesgar la vida por los seres amados, como también la pena cuando a pesar de los esfuerzos, no se pudieron salvar esas vidas.
Hay sucesos en la vida de una persona o una familia, que sobrepasan la capacidad de resistencia; imágenes dolorosas y dramáticas, gritos y ruidos que se repiten insistentemente de manera desgarradora; nombres que se pronuncian para invocar presencias, y un sinnúmero de preguntas que jamás tendrán respuesta.
Para la mayoría de los seres humanos, los hechos trágicos quebrantan las defensas y ponen a prueba los recursos de afrontamiento para asumir lo sucedido y hacerle frente a las diferentes tareas que debe realizar para poder retomar las riendas de la vida.
Una señora que estaba pasando por un duelo afirmaba: “Yo no sé ir a ninguna oficina, mi marido hacía todas las vueltas, yo poco salía de la casa, ahora para poder recibir las ayudas me toca ir a unas oficinas aunque yo no quiera, aunque no tenga alientos y él no esté para acompañarme”.
Y es que no se puede seguir con fuerzas luego de la experiencia por una muerte abrupta de un ser querido, no existe nada que sea halagador en medio de la angustia, ni siquiera la supervivencia, menos aún cuando se recomienza a vivir sin los que se aman y que ya caminan por el sendero del ‘nunca jamás’.
Luego de una tragedia, surgen muchas cosas por hacer, censos, trámites, firmas, papeleos, y con el dolor o a pesar de él, hay que realizarlas todas, pues el presente inmediato está ahí y el futuro es ya, y entonces se hace necesario construir nuevos aprendizajes de asuntos completamente desconocidos y tediosos.
Por otra parte, hay que invertir tiempo para pensar en los seres queridos muertos y en homenajear su memoria a partir de la vivencia afectiva, de la historia compartida, de las anécdotas, del ejemplo que se recibió, ello también implica aprender a ser mejores seres humanos, honrando el recuerdo como una manera de abrigar el corazón doliente y mitigar las añoranzas.
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