Fanny Bernal * fannybernalorozco@hotmail.com
Dice la escritora Rosa Montero, en su libro La ridícula idea de no volver a verte, citando a María Curie, en una carta que le escribe a su hija en 1928: “Cuanto más se envejece, más se siente que gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia”.
Quizás es el presente el tiempo para pensar, que ante los años que se han vivido, lo que falta es poco y con esta certidumbre el vivir puede ser más significativo. Para estar en el presente se requiere sensatez y una gran dosis de serenidad que nutra los días, que los cultive.
A muchas personas la vejez les causa terror, se fastidian con el tema y prefieren no abordarlo. Creen que así la podrán exorcizar; se equivocan y aunque se le tema, se le niegue, se le esconda, no se le puede atajar, es implacable, deja huellas en ese gran mapa que se llama cuerpo, huellas en la piel, huellas en la memoria emocional, vestigios que son testigos de la historia tejida que cada quien ha urdido y recorrido.
A propósito, Ángeles Mastretta, en su libro Mujeres de ojos grandes dice: “-Hay muchas maneras de dividir a los seres humanos- yo los divido entre los que se arrugan para arriba y los que se arrugan para abajo, y quiero pertenecer a los primeros. Quiero que mi cara de vieja no sea triste, quiero tener las arrugas de la risa y llevármelas conmigo al otro mundo. Quién sabe lo que habrá que enfrentar allá”.
Cada día que pasa es un acercamiento al final. No muchas personas tienen conciencia de ello y viven como si estuvieran con el botón de automático encendido. Dejan para mañana asuntos importantes y su mundo afectivo emocional en ocasiones tiene algunos pendientes que no se han preocupado por saldar.
La médica psiquiatra Elizabeth Kubler Ross, en su libro Lecciones de vida, escrito con David Kessler afirma: “La vida es larga, pero el tiempo es corto”.
Aceptar la vejez, dejar la resistencia ante los cambios del cuerpo, de la memoria, de los afectos, de la vida misma, permite serenidad emocional, de lo contrario se impone el miedo y la negación que son obstáculos para cualquier propósito que se tenga.
Y es que si algo mantiene viva la existencia son los afectos, la familia, los amigos, la creatividad, el trabajo que se ama, la lectura. Una vida sin asombros, sin nuevos conocimientos, sin otros afanes, ni retos, puede ser poco encantadora.
Diana Athill, a los 75 años ya habiéndose jubilado, se convierte en escritora, y al cumplir los 82 afirmó en su libro Antes de que esto se acabe que el día de su publicación había sido el más feliz de su vida. Esta obra fue escrita como una confesión y en ella narra diferentes momentos. Luego de haber plasmado en sus escritos dichos testimonios, se hace acreedora a varios premios de literatura. Sus letras son una provocación, que invita a vivir con sentido y significado.
Finalmente, es necesario preguntar, cuando se es viejo: -¿La vida vivida hasta el momento ha tenido algún sentido?
* Psicóloga - Docente Universidad de Manizales.
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