Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
Lleno de dudas, acosado por los aficionados y nervioso en el rendimiento, el Once Caldas no encuentra líneas de juego que mejoren su producción. Faltan entendimiento y equilibrio; saber actuar con la pelota y sin ella; no están los resultados por la ausencia de gol y la grada no oculta su inconformidad.
El técnico elude la responsabilidad. "Este muerto no lo cargo yo". Sus jugadores lo apoyan de palabra, pero no en los hechos. Correr, sí, seguro, con un espíritu fogoso. pero confuso. No hay pizarrón. ¿Hay ideas?
El único que las aporta, Michael Ortega, se diluye por falta de zonas libres para sus delanteros. Estos no las crean y cuando se dan, no las atacan con desmarques al espacio o movimientos de ruptura. No saben por dónde y cómo moverse porque no entienden bien el juego y no hay quien les enseñe a comportarse. Desesperado, el volante costeño, levanta las manos y con ellas indica a sus compañeros como hacerse visibles para el pase, pero, por lo anunciados los movimientos, permite el anticipo del rival. Sus defensores son abonados al choque y a la perdida de los duelos individuales, especialmente, en velocidad. No hay concentración.
Carece el Once de un hombre en ofensiva que resuelva los problemas ante el gol. César Arias, artillero actual del torneo, fue malogrado por la errónea ubicación, e incomprensión, antes de ser despedido por orden del entrenador. Justo es decir que no tenía buena conducta disciplinaria. En el caso actual equivalen a un insulto cinco minutos para mostrar su clase a Mateo Cardona, y 57 a Dany Cure para su fútbol improductivo de resbalones, estrellones y disparos a la tribuna. Esa forma relevante e inmadura del jefe técnico, de pasar factura por algunos roces menores con su dirigido, en perjuicio del plantel.
Si la solución, como mensaje positivo que alivie las tensiones es licenciar al entrenador, con tantas razones de por medio, tardía se ve la reacción de los dirigentes. Esa pasividad en las decisiones de fondo es la que agota la paciencia en las gradas.
Respecto a la invasión del campo, por el ala violenta de Holocausto en conducta reprochable, no puede ser la manera indicada para protestar. Esa actitud agudiza la crisis y proyecta un caos general, lo que aleja la perspectiva para un mejor mañana. Con el pánico como eje circunstancial de vida en los futbolistas, no hay forma de pedirle un mejor rendimiento al equipo y cada día la situación será peor. Lo peor de la violencia, como se vio el viernes pasado en la tribuna occidental, es ser aplaudida por la gente de bien.
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Si la solución, como mensaje positivo que alivie las tensiones es licenciar al entrenador, con tantas razones de por medio, tardía se ve la reacción de los dirigentes. Esa pasividad en las decisiones de fondo es la que agota la paciencia en las gradas.
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