Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Manizales
Mágicas son las goleadas porque conectan con el público y ganan un espacio en la memoria. Las fórmulas para el triunfo se multiplican, las alternativas ante la red también, merodean los arietes en las áreas y las revolcadas de los porteros alteran los nervios y sacuden las tribunas. Es la consecuencia de proponer con audacia.
Golazos a propósito los de Colombia ante USA, sin mirar lunares de un rival sin calidad. Golazos y asistencias, perdón.
Un partido con goles es una fiesta intensa, desaforada y pasional. Sin ellos, como decía Di Stéfano, son una tarde sin sol.
Es cuestión de gustos. Es la justificación a la pureza del espectáculo hecho juego. Es la emoción colectiva, tantas veces convertida en llanto de celebración.
Es la búsqueda de la inspiración, relegando el gobierno patadura, el de fricciones y empujones, para encontrar atractivas fórmulas de triunfo.
Los resultados abultados en consonancia con las tribunas desquician a los preparadores y a los periodistas tacticistas, los que fungen de entrenadores micrófono en mano. No los aceptan, no los dejan dormir.
Si la goleada se reviste de heroísmo con súbitas remontadas, mucho más.
Lástima que partidos con estas características, que agrandan las pantallas, solo valgan tres puntos. O signifiquen poco por su rótulo amistoso, como el reciente de la selección. Y qué me importa si me hacen dos o tres goles, si con cuatro, gano. Es válido para Junior y Tolima, que practicaron a su manera, entre semana en Colombia el arte de la seducción, con el radar en el balón y el único objetivo del gol.
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