Esteban Jaramillo
LA PATRIA | Bogotá
Por el altavoz se anunciaba la culminación del partido. Ligereza informativa. Era imposible porque no estaba cubierto el tiempo mínimo estipulado en casos de fuerza mayor: 80 minutos, dice el reglamento. El árbitro debió permitir los cuatro minutos que faltaban para ello.
La solución, suspenderlo y reanudarlo más tarde, o al día siguiente, porque la lluvia no cedía. El público se marchó. Pocos quedaron desafiando el frío, con expectativas de triunfo. Dimayor entró en escena.
Jugarlo el jueves -ayer- era inconveniente por el estrecho calendario de ambos equipos, con compromiso el sábado. La pelota volvió a rodar (¿rodar?) cuando pocos lo esperaban.
El Once, que en la interrupción dominaba a su rival, en reconocida exhibición, perdió ritmo y cedió el resultado. Tan desconcentrado estaba, al regresar, que algunos jugadores exigieron infracción inexistente, en el legítimo gol del triunfo.
La osadía tuvo castigo. Tolima se negó a la reanudación con insistencia, consciente del estado del campo, de la fatiga y de la importancia del empate como premio valorado.
Costosa la ambición del técnico local. Presionó el regreso inmediato a la cancha, a pesar de su mal estado. Pasó por alto que cuando se paraliza un juego, los futbolistas pierden poder competitivo y tardan en encontrar nivel que tenían. Estaban entumecidos, como dicen en el barrio, o agarrotados.
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