Elizabeth Ortiz Palacios * saludablearas@yahoo.com.co
Es común escuchar a los padres de familia decir que el niño tiene mal apetito. Lo habitual es que en ausencia de enfermedad el menor coma según sus necesidades, mediante un mecanismo fino y eficiente comprobado durante milenios: ¡el hambre!
La alimentación de los pequeños no debería necesitar de distracciones para que cumpla su función y menos aún evitar que se entere que está comiendo cuando muestra claros signos de rechazo:
- Cerrar la boca
- Apartar la cara
- Movimientos de brazos
- Irritabilidad
- Llanto
- Gritos
No hay ninguna especie animal en la que los progenitores animen, alienten, impulsen, empujen a sus crías a comer, ni con días de nacidos, ni con 2 o 3 años de edad.
Por ejemplo, las gatas maúllan a sus gaticos en un tono especial para que mamen o se tumban para que sean ellos los que se acerquen a alimentarse con su leche.
En los primeros meses de vida estamos más desvalidos que el resto de los seres vivos, pues dependemos de la madrea para que nos dé pecho. También es obvio que en nuestra especie existe ahora un componente social y lúdico al alimentarnos. Sin embargo, esto no debería predominar sobre los aspectos relacionados con la salud.
Precisamente comer por encima de nuestras necesidades, sin reconocer los signos de saciedad, es un factor de la epidemia de sobrepeso y obesidad que asola el planeta, como nos lo recuerda con cierta periodicidad la Organización Mundial de la Salud (OMS) .
Por tanto, intentar que los niños coman distrayéndolos es una equivocada y peligrosa estrategia que lo podría llevar a ser un adolescente con exceso de peso, con un riesgo adicional, la aparición de enfermedades crónicas que se gestan en la infancia y/o adolescencia, como diabetes, hipertensíon arterial, enfermedades cardiovasculares, trastornos articulares; que se desarrollan en etapa juvenil o adulta.
Unos preguntan ¿Por qué tanta preocupación por la comida infantil y la obsesión de que los pequeños coman más? Quizás es el temor, frecuente en épocas pasadas, de que aparezca una enfermedad, ya que la pérdida del apetito era signo de algunas patologías mortales.
Hay que tener en cuenta que la mortalidad infantil era muy elevada por la frecuencia de enfermedades infecciosas graves, ya que no existían vacunas y los tratamientos eran ineficaces, algo que por fortuna cambió.
Hay familias que se culpan porque el hijo coma mal, otras se lo toman como un acto manipulador o rebelde del pequeño, que solo piensa en fastidiar a quien la da comer. Por eso, la hora de los alimentos se les ha convertido en una batalla campal y es claro que cuando una persona tarda una hora en comerse un plato con comida es porque no tiene nada de hambre.
En la actualidad, se utilizan todo tipo de pantallas (teléfonos, tabletas, televisores, computadores) como medio -casi hipnotizador- para que el niño acabe con la ración que le toca. Esto es perjudicial, pues comen por encima de sus necesidades y también limita el lenguaje, la atención, la memoria y el sueño, entre otras alteraciones.
Comer en familia supone un excelente espacio para la comunicación, el afecto, el contacto y las relaciones, de tal modo que se respeten las decisiones, como ir más despacio o no desear más comida.
Por eso, se debe dar importancia a la hora de comer en familia porque propicia un ambiente agradable y relajado.
Se puede hablar y divertirse sin coacciones ni engaños.
*Nutricionista Dietista Clínica
Universidad Nacional de Colombia
Educadora acreditada en Diabetes
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