Leí en un muro junto a la Universidad Autónoma un grafiti bien hecho: "vivo y muero feliz"; me parece que es buen plan de vida, positiva manera de dar vitalidad a los días y horas de la existencia, visión aterrizada de la historia personal que desde que nace sabe bien que tendrá un fin de su estadía en esta tierra, que como navegante parte de un puerto y llegará a otro; todo esto transcurre entre el vivir y morir, etapas infaltables, ineludibles, reales y personales; nadie puede vivir y morir en mi reemplazo, son etapas de mi propio, personal y libre existir.
Noviembre abre sus puertas con dos celebraciones que hacen alusión directa al vivir y morir, nos invita a ser realistas y sacar el mejor partido a ambas situaciones; el primero de noviembre nos llama a celebrar la fiesta de Todos los santos y el dos la memoria de todos los difuntos: nos remite a personas que hemos palpado, conocido, amado, tratado tal vez a diario y que han dejado huella en nuestra vida.
Algunas personas han sido como luminarias del camino, postes indicativos de un mejor vivir, evangelios encarnados en medio de sonrisas o lágrimas, esplendor de belleza y bondad, compañías que abren horizontes, mensajes de salvación y vida: son los que la historia llama Santos, reflejos de existencia divina, brotes de perfección hasta donde la fragilidad humana lo permite tomando en cuenta lo que anota el papa Francisco: "todos somos vulnerables" pero a la vez podemos hacernos vencedores como David frente a Goliat con los guijarros sencillos de espacios de amor, piedritas de alegría que derriben el pesimismo o la tristeza.
Son los "santos" que según el Evangelio nos ha tocado conocer, convivir con sus cuitas, con el gusto de verlos, oírlos, tratarlos, abrazarlos: son las madres o padres que acompañan o acompañaron nuestras vidas, amigos cercanos cuya puerta abierta nos regala luz y eco de buena sonrisa, hombres y mujeres con brillo de verdad y bondad. El primero de noviembre nos remite a estos gratos recuerdos, a tomar en serio el llamado a cada uno a la santidad como lo anota el papa Francisco en su carta sobre el tema.
Pero el dos nos remite a otra realidad: la muerte, que tras una buena existencia se convierte no en fantasma cruel, en hueco de lamentos y gritos llorosos, sino en la llegada al fin, a la meta, para recibir el premio de una buena vida, el regalo de un amor hasta el final y para quienes aceptamos la Resurrección de Jesús una vida "otra", una perennidad en la vivencia total y sin oscuridades de la plenitud de amor eterno de Dios, el gozo de lo pleno.
Noviembre nos abre con su invitación a la posibilidad del "vivo y muero feliz"; es cuestión de opción muy personal, valiente y fiel.
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