Ha terminado la cumbre Vaticana sobre el nebuloso tema de la pederastia en la Iglesia Católica; sus resultados serán oxigenantes e iluminadores para los pasos a seguir; ha dado pautas positivas pero sus resultados dependen de todos nosotros de acuerdo a nuestro nivel de conversión, espiritualidad y ética.
Es preciso salir purificados de esta caída en un abismo doloroso que si bien no es de un alto número como alguien se atrevió a anotar al decir que el 80% del clero es gay, sí es para tener muy en cuenta, porque así sea solo uno ya trae un manchón que siempre estará en la mira de quienes desean una mayor perfección ética en la Iglesia.
Este mal de la pederastia, ya existente en el mundo y en muchas partes tenida como agenda para turismo, entró en la Iglesia como bacteria que hay que tratar con cuidado y eliminar ojalá por completo; la cumbre Vaticana quiere hacerlo desde la sinceridad del Evangelio y el amor de Dios que nos pide ser de limpio corazón.
El papa está cumpliendo lo señalado en su carta sobre "la santidad" que es un llamado a todos para ser en verdad hijos de Dios que en Jesucristo encontramos el Emmanuel, el Dios con nosotros a quien siguiéndolo abre para todos senderos de luz, verdad y felicidad.
En su carta el papa nos llama a "discernir", es decir saber mirar con atención desde nuestras fallas personales y proyectar progreso en la vida del seguimiento de Jesús sobre todo en nuestras actitudes dentro de la Iglesia.
Lo anterior es eco también de lo señalado por el Concilio Vaticano II que en su documento sobre "la Iglesia en el mundo moderno" mira las relaciones hacia afuera de la comunidad creyente y sus compromisos con la marcha de la historia del mundo y en el otro documento: "la Iglesia, luz del mundo" nos llama a mirarnos hacia adentro en la Iglesia y en cada uno de nosotros; esta cumbre llegó en difícil momento pero en acertada necesidad.
Sentimos vergüenza por nuestro pecado, escándalo e injusticia, pero sabemos que desde las páginas bíblicas ya se narran situaciones similares con la súplica: "restáuranos, Señor".
Vale recordar lo que leí hace días: "no prometas cuando estés feliz, no respondas cuando estés enojado, no decidas cuando estés triste".
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