Es un chico en estudio de secundaria y una vida que le brota por doquier con ánimos de ascenso y alegría; quiere hacer algo por los demás, salir de la indiferencia que mata el ánimo y poder acostarse cada día sabedor de que “hizo la buena acción diaria” como anotan los scouts.
Llama Mario y es amigo del deporte, del estudio, de su barra de amigos, de su familia y dice que ama a Dios y desea ser recto y bueno tirando a mejor; le preocupa ver la droga que en la rumba pasa de mano en mano y de boca en boca, las aventuras de amoríos sin horizontes claros.
Con su barra ha planteado una manera de ayudar a los jóvenes que en las calles vagan muriendo al futuro, que han ocasionado el título de una cinta “no futuro” como advertencia de que uno puede cerrarse el camino tomando una mala dirección o estancando sus pasos.
Ingresó a una barra que le direccionó sus ideas sobre la manera de manejar este asunto a base de violencia, ambiente de pugilato y pelea que le llevó a estar armado no solo para defenderse sino aún para quitar vidas en medio si era necesario; limpiar cortando de raíz era ahora su consigna y actividad; veía en los demás a enemigos y adversarios para suprimir y vencer.
Pronto se vio involucrado en calabozos, enfrentamientos con otras barras, barreras invisibles, actitudes que llevaron a la familia a la angustia por ver en peligro la vida de su hijo.
Cansado de esta agitación que le hundía en el sinsabor diario, en el acostarse desganado y de mal humor, se retiró de su barra e ingresó a un grupo juvenil con proyección de fe que se planteaba lo mismo, el rescate de sus compañeros, pero con distinta táctica: el amor, el contacto personal, el diálogo cercano y sereno.
Algunas noches ha estado con sus compañeros en sitios donde se reúnen los llamados habitantes de la calle o de la noche, andenes, casas abandonadas; ha ido no para iniciar peleas sino para llevar una página del Evangelio de Jesús y un pan con café caliente que arranca siempre una sonrisa a aquellos que barbados y con gorras tragadas casi no se dejan ver su rostro.
Se siente mejor, mira que sí hay futuro de luz, el horizonte de su vida se abre con un arco iris al fondo de esperanza y gozo; está aprendiendo a servir con ilusión; todo se le ha iluminado: su rostro feliz, su familia acompañante fiel, sus amigos apóstoles del bien, su existencia en vocación de servicio alegre, el sentido de la profesión que escogerá, sus afectos limpios y sin egoísmos paralizantes.
Mario es el mundo: si este sigue mirando a los demás como enemigos habrá de nuevo atentados terroristas, homicidios e irrespetos a la vida; si mira con amor y afán solidario se trazarán caminos de cercanía, progreso y fraternidad universal que permitan caminos de paz. Demos el primer paso como viene a invitar el papa Francisco.
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