Francisco el hombre, o el gran papa actual o el eco de Francisco de Asís hoy o bien la fuerza misionera de Francisco Javier en la actualidad inició el 3 de octubre el Sínodo de obispos sobre "los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional".
Estaba en la eucaristía inicial con sala plena y obispos, religiosos(as) y laicos de todo el mundo; en el momento de la homilía, iluminador como siempre, empezó a dar algunos saludos citando distintas regiones del mundo en espíritu católico; de repente, su voz se detuvo, bajó la cabeza, el sonido de sus palabras temblaron y una lágrima asomó en sus ojos; todos aplaudieron ante lo inesperado de lo sucedido.
¿Por qué esas lágrimas inesperadas en ese momento y en este profundo personaje?; las razones afloran como torrente límpido; al momento de su lágrima estaba citando y saludando a los obispos y representantes de China; sin duda alguna que es emocionante ver a los obispos chinos pisando con simpatía el Vaticano después del cisma de la Iglesia China que se había separado de Roma y los nombramientos de obispos dependían del gobierno de turno y no del Vaticano como es costumbre para mantener la unidad en la fe y el afecto.
El papa Francisco con su serenidad y sencillez logró que el cisma terminase y la cordialidad y el diálogo fuera posible. Cómo no estar complacido, emocionado y feliz con esta unidad renovada y lograda; hay razones para ello.
Además de seguro en su interior apareció la figura de Mateo Ricci, misionero jesuita del siglo XVI nacido en Italia y muerto en Pekín; logró este valiente sacerdote conseguir nombramiento del emperador chino como profesor de matemáticas y astronomía y logró dar el paso soñado de sembrar las semillas del Evangelio de Jesucristo en esta hasta ese momento vedadas tierras para la evangelización.
Mateo Ricci abrió las puertas al Evangelio y a la Iglesia: en ese 3 de octubre estaban allí frutos maduros de todo ese largo proceso, de siglos de labor misionera que trae fuerza y unidad a la comunidad eclesial.
Además muy a flote también esa lágrima trasluce el dolor de la situación de la Iglesia por el lamentable y penoso caso de la pedofilia que hace emerger la petición de perdón por haber fallado en la vivencia de la castidad hundiéndonos en el placer del mundo hedonista.
Lágrima emblemática, bella y brillante como mensaje de amor y conversión; lágrima que baña el cuerpo eclesial con el compromiso de seguir evitando caídas penosas, irresponsables y dañosas; lágrima mezcla de lo divino y lo humano; bella y radiante como diamante.
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