Durante muchos años y hace ya muchos, la televisión ofrecía un programa que gozaba de buena sintonía: la isla de la fantasía que narraba la vida diaria de ricos y famosos que vivían en un constante edén, todos elegantes y en moradas palaciegas; algunos dicen que su influencia fue negativa ya que sembró el ideal de la riqueza como fin supremo de la vida entre el bienestar, la salud la fama.
Tomás Moro, político y estadista inglés soñó también con un país feliz, abierto a la prosperidad de todos no solo de unos pocos, en medio de un ambiente próspero y en paz; en 1516 escribió su famoso libro: “sobre el estado ideal de una República en la nueva isla de Utopía”. En ella el prestigioso hombre y santo, patrono de los políticos; pretende dialogar con el lector sobre los problemas filosóficos, políticos, religiosos y económicos de la Inglaterra de Enrique VIII quien le persiguió y desterró.
Moro describe una sociedad sin muros -así se llama la ciudad principal: “Amaurota”, en la cual todos se encargan de la subsistencia de todos empeñados en los campos y granjas; las casas son luminosas y ventiladas, las familias se organizan por grupos, la jornada laboral es de seis horas, el tiempo libre se pasa con creatividad e inteligencia.
El clima de paz y armonía descritos por Tomás Moro no es una escapada delante de los problemas de la vida y del mundo. En su tiempo la sociedad vivía las tensiones propias de un cambio de época, llena de inseguridades e incertidumbres del futuro como consecuencia del orgullo que dominaba unas relaciones humanas en las que lo competitivo invadía todos los órdenes de la existencia.
Presentó un sueño sobre un país recto, progresista, fraterno, pacífico queriendo combatir las violencias y desajustes de leyes inexpertas o fanáticas, pasajeras e irrespetuosas para el común de los habitantes.
Nosotros podemos pensar en un país que supere rencores, odios, violencia; que permita el pensamiento diverso sin llevar por ello a odios, que nos haga a todos los habitantes de tan bella Nación ser fraternos, justos, solidarios, disponibles para todo bien y remisos para el mal.
La elección de un nuevo Presidente nos llama a responsabilidad, a ser coautores de nueva manera de hacer Patria, de superación de vicios politiqueros o corruptos.
Hacerse presente en las urnas es mostrar civismo, amor patrio, deseos de construir, presencia responsable. El creyente sabe bien que con su voto une la Oración como plegaria para que el nuevo mandatario esté a la altura de nuestro maravilloso país.
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