Nicolás Maduro es déspota, dictador, tirano y ‘sátrapa’. Un noventa por ciento de los ciudadanos libres del mundo -y el ciento por ciento de los esclavizados- estamos de acuerdo con todos esos calificativos, menos ‘Un profesor’, asiduo corresponsal de La voz del lector, que no acepta el último, porque dice lo siguiente: “Entonces el dictador de Venezuela no es sátrapa; sátrapas son los gobernadores en el hermano país” (LA PATRIA, 23/2/2019). Pero hay palabras que, con el paso del tiempo, y por diversas razones, reciben otras acepciones. ‘Sátrapa’, por ejemplo. Hasta su vigésima edición (1984), el diccionario de la Academia de la Lengua definía ese adjetivo de esta manera: “Gobernador de una antigua provincia de la antigua Persia. // 2. fig. y fam. Hombre ladino y que sabe gobernarse con astucia e inteligencia en el comercio humano”. En la edición siguiente (1992), a la segunda acepción le añade esto: “…o que gobierna despóticamente”. Y en la última (vigésima tercera, 2014) cambia completamente la segunda acepción, así: “Col. Persona que gobierna despótica y arbitrariamente y que hace ostentación de su poder”. ¿No ve usted en esta definición, estimado ‘profesor’, el retrato del déspota venezolano? Y, como nota curiosa, le encimo la definición -con la ortografía original- del primer diccionario de nuestro hermoso idioma, de don Sebastián de Covarrubias (1611), que dice: “SÁTRAPA. Es una dicción persiana, y significa el gobernador de alguna provincia. Al que es gran bullidor de negocios solemos dezir que es un sátrapa”.
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‘Propugnar’, del verbo latino ‘propugnare’ (‘combatir para apartar, para alejar algo, para proteger’) significa “defender o apoyar que se haga cierta cosa, por ser conveniente; defender, amparar”. En su columna dominical, el presbítero Rubén Darío García lo empleó con una acepción que no tiene, pues esto escribió: “Si nosotros cobramos venganza con quienes nos han ofendido y si nos desquitamos del mal que nos han propugnado…” (LA PATRIA, 24/2/2019). Lo confundió quizás con el verbo ‘propinar’, pero éste tampoco es el apropiado, puesto que se aplica a los golpes, bofetadas o palizas recibidas, por ejemplo, ‘la paliza que su contendor le propinó fue vergonzosa’. Para un ‘mal sufrido’, los verbos lógicos son ‘causar, ocasionar, infligir’.
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En uno de sus artículos, muy interesante como todos los suyos, el periodista Juan Gossaín dice lo siguiente: “En la época de Colón todavía no existía en castellano la palabra ‘ratero’. Al ladrón le decían ‘charrán’” (El Tiempo, 21/2/2019). No, señor, en castellano, el adjetivo ‘ratero-a’, según Corominas, es, por un par de siglos, anterior a ‘charrán’. En su explicación del dicho Andar a caza de grillos, el Maestro Gonzalo Correas anota: “La raposa cuando no halla qué comer, busca grillos, y por metáfora, es ocuparse en cosas rateras y por cosas baladíes: andar a caza de cosas de poco momento” (Vocabulario de refranes). Y don Sebastián de Covarrubias, en la obra arriba citada, con la ortografía actual, define: “RATERO. El hombre de bajos pensamientos, tomada la metáfora de ciertas aves de rapiña que cazan ratones”. Y tanto Correas como Covarrubias fueron contemporáneos de Cervantes, es decir, que nacieron en el siglo XVI, a comienzos del cual murió Colón. Cervantes también echó mano de este adjetivo: “…y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio” (El Quijote, I-XVI). Si estos tres personajes lo emplearon en sus obras, quiere decir que ya era parte del vocabulario de sus paisanos. Pero ¿cuándo recibió el significado que nosotros le damos? Según Corominas, por la misma época (1605), “ladrón que hurta cosas de poco valor, ladrón de bolsillo”. De ‘charrán’, en cambio, este mismo autor, enseña: “Pillo, tunante, 1884. Joven esportillero malagueño que vende pescado, 1832. Probablemente del árabe ‘sarrani’, malvado”. Nota: las fechas quieren decir que en ellas la palabra “ya estaba en circulación, porque tenemos prueba escrita de su empleo…” (Corominas). Quizás las fuentes del señor Gossaín fueron otras.
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