El ‘leísmo’ es una corruptela gramatical, viejísima y muy propia de los españoles, de emplear la forma para el complemento indirecto (dativo) del pronombre personal de tercera persona, ‘le’ - ‘les’, en lugar de la del complemento directo (acusativo) del mismo pronombre, ‘lo’ y ‘los’. Muestra de esto, la siguiente frase del padre Gonzalo Gallo: “Los padres nunca deben ignorarles o regañarles, sino acogerles…” (Oasis, 18/12/2017). ‘Ignorarlos, regañarlos, acogerlos’ son las formas castizas de esos acusativos, puesto que en esa oración son el complemento directo de las acciones de los progenitores. El ‘leísmo’ es muy viejo y muy español, dije. Don Sebastián de Covarrubias (1539-1613), contemporáneo de Cervantes -ignoro si alguna vez tomaron tinto juntos-, en la entrada ‘bada’ (‘abada’, ‘rinoceronte’) de su “Tesoro de la lengua castellana” dice: “Al papa León X envió el rey de Portugal, retratado en un lienzo, un rinoceronte que le habían traído de la India, por cosa muy rara. Y como está dicho arriba, le hemos ya visto en Madrid vivo por muchos días, juntamente con un elefante”. ‘Que lo habían traído de la India’ y ‘lo hemos visto ya en Madrid’ son las construcciones correctas. Pero también emplea el pronombre en el caso acusativo, como se ve en la siguiente anotación: “Cuando el del reloj (el badajo) golpea sin orden solemos decir: Dale que de concejo eres, porque los yerros de la comunidad ninguno los toma por suyos”. El ‘leísmo’, aunque viejo, viejísimo, y muy español, es una incorrección gramatical.
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El columnista de El Tiempo Moisés Waserman, refiriéndose a agoreros y arúspices, pronosticadores de sucesos venturos, y parodiando a Cicerón, los interpela de esta manera: “Quo usque tandem abutere, haruspicem, patientia nostra?” (29/12/2017). La traducción que da (“¿hasta cuándo, adivino, abusarás de nuestra paciencia?”) es correcta, pero la frase latina tiene dos errores, “a cual más morrocotudo”, estimado profesor. El primero, la palabra ‘quousque’ es una sola -formada, ¡cómo no!, de esas dos palabras-, que significa ‘hasta’ y se emplea en las oraciones interrogativas, explícitas o implícitas. El segundo, el vocativo del vocablo latino ‘haruspex-icis’ no es ‘haruspicem’, porque éste es el acusativo de ese sustantivo (“vidi haruspicem” - “vi un arúspice”), sino ‘haruspex’, pues en el idioma de Cicerón la terminación del vocativo de los sustantivos de la tercera declinación, tanto parisílabos como imparisílabos, es la misma del nominativo (caso del sujeto de la oración). La interrogación latina correcta es ésta: “Quousque tandem abutere, haruspex, patientia nostra?”. Así, creo, la habría escrito Cicerón. Nota: El arúspice de los romanos era propiamente el ‘agorero’ que presidía el examen de las entrañas de las víctimas para hacer presagios.
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La siguiente es una frase del curtido columnista de El Tiempo Carlos Castillo Cardona: “El intento de impedirlo por parte del Gobierno solo trajo calamidades” (27/12/2017). ¡Cómo son de contagiosos los vicios del idioma! ¿Cómo le parece, señor, redactada así: “El intento del Gobierno por impedirlo sólo trajo calamidades”? -¡Oh! Y el editorialista de La Patria escribió: “Al final todo se trata del poder” (28/12/2017). “Al final, todo gira alrededor del poder”. ¡Mejor, mucho mejor! Y castizamente redactado.
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En el editorial citado, leí lo siguiente: “Esto le bastó al rey para mandar a matar a todos los niños menores de dos años…”. Esta descarrilada construcción gramatical -mandar a matar- fue muy criticada hace un par de años, cuando en el ‘periódico de casa’ recordaban los aniversarios del infame asesinato de Orlando Sierra Hernández, y hacían la pregunta “¿Quién lo mandó a matar?”, en la que la preposición ‘a’ le da un significado distinto a la frase interrogativa, a saber, que alguno -no se sabe quién- envió al periodista a que matara. En ese entonces, la pregunta fue corregida. Aparentemente, no todos los redactores del diario caldense se enteraron del dislate y de su enmienda, o no le pararon bolas, pues uno de ellos lo volvió a cometer en la nota sobre los Santos Inocentes.
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