¡Ah, que existiera el verbo ‘lecturar’! Pero no existe, y no lo necesitamos, pues tenemos el verbo ‘leer’, que expresa adecuadamente la acción de “pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiendo la significación de los caracteres empleados”. De este verbo, ‘leer’, se forman los adjetivos ‘leíble’ y ‘legible’. Con la desinencia ‘-ble’ (‘-able’, para los verbos de la primera conjugación, e ‘-ible’, para los de las otras conjugaciones) se expresa la posibilidad de efectuar la acción del verbo correspondiente, por ejemplo, ‘narrable’ (que se puede narrar) y ‘entendible’ (que se puede entender). Obviamente. De esos adjetivos se forman los sustantivos abstractos que expresan una cualidad, cualidad que, por supuesto, se refiere al adjetivo del cual proviene, verbigracia, ‘legibilidad’ es la cualidad de lo que es ‘legible’. El padre Jaime Pinzón Medina, capellán de la clínica San Marcel, les sugirió a los directivos de Confa que mejoraran los avisos de las entradas de los cuartos y de los cubículos de cuidados intensivos e intermedios para que los interesados pudiesen leerlos con mayor facilidad y sin confusiones. Le respondieron que los actuales respondían a las normas establecidas que garantizaban la ‘lecturabilidad’ y ‘legibilidad’ (5/3/2018). Con tal respuesta, su redactor quiso, deduzco, decir dos cosas distintas, pero terminó expresando lo mismo, incorrectamente con la primera palabra, pues ‘lecturabilidad’ sería la cualidad de lo que es ‘lecturable’, un adjetivo imposible, porque está formado irreflexivamente del sustantivo ‘lectura’, ya que el verbo ‘lecturar’, como dije al principio, no existe. Los neologismos son aceptables cuando son necesarios, debidamente construidos y enriquecedores del idioma.
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Así como uno no puede ‘autoeducar’ a un niño, así tampoco puede ‘automedicarlo’. Entre nosotros, es muy común la ‘automedicación’, es decir, la costumbre de recetarse uno mismo (automedicarse’), obviando las recomendaciones de médicos y de los encargados de la salud. La especialista en pediatría Eugenia Fernández-Goula escribió: “Nunca automedique al niño con purgantes ni pruebe con remedios caseros…” (El Tiempo, Vida moderna, 12/3/2018). ‘Medicar’ es un verbo transitivo que significa “administrar o prescribir medicinas”, y el prefijo ‘auto-’, “por uno mismo”. Cuando uno se ‘automedica’, ‘se receta’ o ‘se administra’ las medicinas por o para uno mismo. Lo cual, lógicamente, no se puede hacer para otro, aunque éste sea un bebé. En la recomendación de la pediatra sobra el prefijo ‘auto-’, sin lugar a dudas.
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La señora Marleny Lince Díaz se pregunta si los verbos ‘roer’ y ‘ruñir’ son sinónimos. Yo diría que lo son en un noventa por ciento, porque los roedores “muerden, reduciendo a partes muy menudas, una cosa dura”, en cambio, cuando nosotros ‘ruñimos hueso’, “quitamos poco a poco con los dientes a un hueso la carne que se le quedó pegada”, pero el hueso, aunque pelado, queda intacto. Con este significado, el verbo ‘ruñir’ es un colombianismo. La Academia de la Lengua acogió este verbo en la vigesimosegunda edición de su diccionario como regionalismo de Méjico, pero sólo con el significado de ‘agujerear’. Nota: De ‘ruñir’, el glosario Voces fatigadas del publicista Álvaro Marín Ocampo dice: “Ordinariamente roer. Ruñir hueso. // Estar ruñido. Deteriorado, deshilachado. Eso parece ruñido por las ratas”.
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‘Centenario’, sustantivo masculino, es un tiempo de cien años. Celebramos ‘centenarios’ del nacimiento o la muerte de personajes ilustres, de fundación de pueblos y ciudades y de otros acontecimientos importantes de la historia. Se les dice ‘centenarios-as’ (adjetivo calificativo) a quienes han cumplido cien años, adjetivo que se aplica también a cosas. Según estas nociones, la siguiente información de El Tiempo, está fuera de lugar: “98 goles lleva Messi. El argentino podría alcanzar hoy el centenario en la Champions” (Deportes, 14/3/2018). La meta, alcanzada ayer (14/3/2018) por el futbolista argentino en la Liga de Campeones, fue el centenar de goles, es decir, un conjunto de cien unidades, en su caso, goles, lo que también se puede expresar con ‘centena’. Las cosas, llamémoslas por su nombre.
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