‘Infringir’ es una cosa; ‘infligir’, otra, doña Fanny. Confundir estos dos verbos es frecuente, como frecuentes las veces en las que he hablado de ese fenómeno. La columnista dominical de LA PATRIA Fanny Bernal O. empleó ‘infringir’ por ‘infligir’ en esta afirmación: “Así sucede en nuestro medio, no importa el daño que les infrinjan a las instituciones y al país…” (2/12/2018). “No importa el daño que les inflijan…”, porque ‘infligir’ es “causar un daño”, la idea que ella quiso expresar; también, “imponer un castigo”. ‘Infringir’, en cambio, es “quebrantar leyes, órdenes, etc.”. Son, por lo tanto, muy, muy diferentes las ideas que expresan estos dos verbos.
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“Ánima bendita, de parte de Dios, ¿qué quiere?”, le peguntaban los nocherniegos al ‘bulto’ que veían a la vera del camino que recorrían. Esto sucedía, por supuesto, en la época aquella en la cual se creía en ‘espantos, apariciones’ y ‘asustos’. La locución ‘de parte de Dios’ quería decir ‘en nombre de Dios’. Y cuando decimos “vengo de parte de don Abelardo para decirle que no olvide el asuntico aquel”, queremos decir ‘por encargo’, ‘por orden’ o por algo parecido, de quien fuere. En estas locuciones no sobra el término ‘parte’, que sí redunda cuando se le agrega al complemento del verbo ‘recibir’. Por esto, me atrevo a afirmar que dicho término sobra en la siguiente frase del señor Fernando Ávila, buen conocedor de las normas gramaticales de nuestro idioma: “Así que lo humanitario es el trato que reciben los venezolanos de parte de instituciones de servicio y de personas solidarias…” (El Tiempo, El lenguaje en el tiempo, 5/12/2018). Tanto es así, que él la suprime en el último complemento, “de personas solidarias”. La preposición ‘de’, ella sola, expresa la procedencia de aquello que se recibe, verbigracia, ‘recibí de fulano de tal la suma de…’, o “…el trato que reciben los venezolanos de instituciones de servicio…”. Con la preposición ‘por’ sucede exactamente lo mismo. Infortunadamente, tan arraigado está este vicio gramatical, que ya es imposible desceparlo.
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Ni siquiera por su raíz son diferentes los adjetivos ‘gélido’ y ‘helado’, porque ambos provienen remotamente del latín ‘gelu’ (‘hielo, frío intenso’). Según El Diccionario, ‘gélido’ (del latín ‘gelidus’) es “helado, muy frío”, y ‘helado’ (del participio pasivo de ‘helar’) es “muy frío”. Puede decirse, entonces, que los dos adjetivos son ciento por ciento sinónimos, inclusive con otras acepciones. En su Oasis del 11 de diciembre, el padre Gonzalo Gallo, al hablar de la actuación heroica de una niña de apenas cinco años, escribió: “Saglana acaba de cumplir cinco años y ya es una heroína en Siberia. Caminó varios kilómetros por el gélido desierto helado” (Oasis, 11/12/2018). Evidentemente, en esta oración sobra uno de los dos adjetivos. Considero que el redactor no leyó su frase dos veces, pues el pleonasmo es evidentísimo.
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He defendido el empleo del adjetivo ‘mismo-a’ anafóricamente, es decir, como reemplazo de una parte de la oración ya mencionada, prácticamente, como un pronombre, por ejemplo, “se prohíbe la entrada en esta oficina a toda persona ajena a la misma” (Manuel Seco, quien lo considera ‘adjetivo sustantivado’). Este empleo, en realidad, no es muy ‘católico’, pero está sobre manera extendido, especialmente en la redacción periodística, como en la siguiente información: “La actividad fue coordinada por la Secretaría de Gobierno y en la misma participaron…” (LA PATRIA, Supimos que…, 8/12/2018). En esta frase, obviamente, es más apropiado el empleo del pronombre, de esta manera: “…y en ella participaron”. Al cabo de las quinientas, me inclino por esta construcción.
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