Con la desaparición de Fernando del Paso a los 83 años se despide el último de una pléyade de escritores mexicanos que dejaron una impronta en la segunda mitad del siglo XX y fueron siempre modernos, irreverentes, rebeldes y aplicados a la lectura y a experimentación literaria.
Del Paso (1935-2018), nacido en la Ciudad de México y quien trabajó en agencias de publicidad y en revistas de farándula al lado de Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez en los años 60 del siglo pasado, se trasladó después a Europa, donde fue durante tres lustros periodista en la BBC de Londres y Radio France Internacional.
Después de su periplo europeo y la publicación de obras consagradas por la crítica como Palinuro de México y Memorias del Imperio, Del Paso se instaló en Guadalajara, capital del Estado de Jalisco donde nacieron sus amigos Juan Rulfo y Juan José Arreola, ganadores como él del Premio Cervantes.
Pese a los graves problemas de salud que lo mantuvieron durante décadas en la cuerda floja y entre la vida y la muerte, Del Paso aparecía siempre cada año en la Feria Internacional de Guadalajara ataviado con trajes, camisas, corbatas, gafas, abrigos y sombreros estrafalarios y de colores encendidos que parecían inspirados en los años londinenses de la explosión del arte pop y la música delirante de los más grandes rockeros de ese tiempo, desde Los Beatles y Los Rolling Stones hasta David Bowie, Elton John y Boy George, entre otros.
A veces irrumpía en silla de ruedas y recibía a periodistas en su lecho de enfermo o en la camilla del hospital cuando se le hacía un homenaje o recibía un nuevo galardón. Es admirable que en ese estado de precaria salud tuviera ánimo para ataviarse con esos sacos de rayas o de colores subidos, acompañados de corbatas, pañuelos y camisas de tonos intensos.
A diferencia de Rulfo, que vestía siempre con modestos trajes oscuros y era tímido y discreto como un pequeño funcionario, Del Paso fue una especie de Dalí de la literatura y cómplice del también excéntrico y elocuente Juan José Arreola, mimo y actor que hizo de su figura un personaje teatral en actuación permanente.
Arreola, el magnífico cuentista autor de Confabulario y Palindromas, entre otros muchos libros que sedujeron en su momento a los jóvenes latinoamericanos, compartía con su amigo Del Paso la alegría de sorprender los ambientes literarios de un México que muchas veces pueden llegar a ser muy solemnes, aburridos y engolados.
Ambos eran expertos en radio y televisión, sabían posar frente a las cámaras y nunca quisieron convertirse en clérigos aburridos de la literatura con mayúsculas. Su paso por la vida literaria fue un camino encendido en el que compartieron extravagancias con otros compañeros de generación como Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Jorge Ibarguengoitia, Elena Garro, Elena Poniatowska, Juan José Gurrola y Salvador Elizondo, entre otros muchos que heredaron de Luis Buñuel, Dalí y otras estrellas del surrealismo, la capacidad para el asombro, el disfraz, la fiesta y el escándalo.
Al irse Del Paso, se cierra la puerta de una gran época literaria mexicana, en la que embonaron muy bien otros dos irreverentes colombianos, Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez, quienes vivieron la mayor parte de sus vidas en la Ciudad de México, donde escribieron sus obras fundamentales.
Del Paso escribió dos novelas claves, Palinuro de México y Noticias del Imperio, que se caracterizaron por una ambición total, no solo por su enorme extensión sino por el compromiso con el tejido del lenguaje, actitud que en los autores noveles se ha ido relajando. Es probable que en la actualidad ese tipo de obras totales de Del Paso fueran rechazadas por las editoriales, ávidas de novelas cortas y de fácil lectura que se acomoden al entretenimiento y a los gustos del lector del siglo XXI.
Entre los mexicanos tal vez solo un escritor de las nuevas generaciones como el desaparecido Daniel Sada (1953-2011) llegó a esos niveles de compromiso con la palabra, con novelas de gran tamaño construidas como un entramado barroco interminable y tupido en el que cada oración era revisada minuciosamente para ajustar sus sonidos y realizar los enlaces musicales, sin descuidar por supuesto las historias múltiples que las conforman.
Del Paso también escribió varios volúmenes de poesía y teatro y también se aventuró a la novela policíaca con Linda 1967, aunque la fama y los honores los conquistó con las dos obras mayores, a las que dedicó muchos años de trabajo.
Ahora que casi todos los miembros de esa pléyade de autores de su generación encabezada por Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan José Arreola y Juan Rulfo han desaparecido, comienza el balance de una época literaria excepcional que pocas veces se repite y será cantera de inspiración y ejemplo para los autores de las nuevas generaciones.
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