Casi ochenta jefes de Estado del mundo se dan cita este fin de semana en París en el marco de las conmemoraciones del centenario fin de la Primera Guerra Mundial el 11 de noviembre y el Foro mundial por la Paz, para participar en actos simbólicos que no ocultan las tensiones y los riesgos bélicos que vive el planeta desde hace tiempo por la irresponsabilidad de sus principales dirigentes y la danza creciente de las ideologías y nacionalismos que se riegan por el orbe como nubes oscuras y ominosas.
En Alemania, país traumatizado por las dos guerras mundiales y las terribles derrotas y humillaciones que sufrió frente a los aliados, suelen evitarse las celebraciones de esos acontecimientos, ya que la derrota en la Primera Guerra Mundial y el Armisticio fueron capitalizados por Adolfo Hitler y su movimiento populista hasta el ascenso al poder del Führer, su auge y la nueva aventura de la Segunda Guerra Mundial, que llevó al mundo a estar cerca de la destrucción. En cenizas, Alemania desde entonces carga la culpa del exterminio masivo de millones de judíos en los campos de concentración y suele tener una vocación pacifista. No puede por lo tanto evocar con orgullo o alegría a esas figuras bélicas que llevaron al país al borde de la desaparición.
Dividida en dos, Alemania vivió durante décadas la cicatriz del Muro de Berlín y después de su caída en 1989 y la reunificación, convertida de nuevo en la principal potencia del continente, sigue conservando el espíritu de moderación y pragmatismo practicados por los grandes cancilleres de la República Federal Alemana de la postguerra, desde Willy Brandt hasta Helmut Kohl y Angela Merkel en la actualidad, entre otros. La nueva crisis migratoria por las guerras de Oriente Medio y la llegada masiva de migrantes ha levantado el fantasma del nacionalismo, la xenofobia y el fascismo que incrementan los resultados electorales de los partidos nostálgicos del Tercer Reich.
Francia fue devastada en la Primera guerra mundial y millones de sus hijos de varias generaciones perecieron en combates atroces donde se usaban, bayonetas gases letales y armas químicas. Los relatos de la guerra sucedida de 1914 a 1918 muestran el carácter dantesco de aquel enfrentamiento, al que los soldados iban como carne de canon a las trincheras y a las batallas más sangrientas, como la de Verdum. Todas las familias perdieron a sus hijos y muchos talentos no regresaron del campo de batalla. Un verdadero hueco demográfico causó la pérdida de tantos hombres en plena juventud. Otros cientos de miles sobrrevivientes vivieron con las marcas de la guerra, paralizados o con sus rostros y cuerpos desfigurados.
Tales acontecimientos hicieron explotar las artes y las letras y condujeron a la renovación de los movimientos artísticos, al surgimiento de otros estilos, formas e inquietudes, como si de repente el siglo XIX hubiera y terminado en 1918. Vinieron los apacibles años de entreguerras, marcados por la fiesta y el arte, aunque también por el sonido de los sables del fascismo en Italia y Alemania en medio de la creciente presecución de judíos y opositores. Jornadas tan sombrías como la Noche de los cuchillos largos o La Noche de los cristales rotos nos asustan porque se replican y proliferan desde entonces en otras partes y contextos.
En esos tiempos creció en Francia la ultraderecha y el nacionalismo y se preparó el terreno para la colaboración masiva con el invasor alemán, trauma que se recuerda día a día y se conmemora como si hubiera ocurrido ayer. La música, la literatura, el arte, la filosofía, la ciencia política, la sociología, la historia, vuelven sin cesar a aquellos tiempos del siglo XX aun tan cercanos, como si se tuviera el temor que de nuevo en ciudades y campos se pueda desencadenar otra vez esa noche de Walpurgis, ese aquelarre de la guerra y la muerte, el odio y la sangre, la destrucción y el sonido de los aviones de guerra y los bombardeos.
Cada primer miércoles del mes a mediodía suenan en París las terribles sirenas de alarma para constatar que funcionan bien y sirven para anunciar a los citadinos que deben bajar a los subsuelos ante la amenaza de las aviaciones enemigas y sus bombas. Cada vez que suenan, uno recuerda que la guerra puede volver en cualquier momento, como ha vuelto en casi todos los países del mundo, afectados cíclicamente por esa enfermedad incurable de los humanos.
El armisticio de 1918 que casi un centenar de jefes de Estado conmemoran en Francia este fin de semana sucedió hace un siglo y aunque todo aquello parece hundido en los confines sepias de la historia, puede constatarse que entre los asistentes se encuentran algunas de las principales figuras mundiales de primer y segundo rango que hoy juegan a la guerra como reyes locos y tienen al mundo en la cuerda floja en Siria, Irak, las Coreas, Ucrania, Yemen. El nuevo zar ruso Putin dijo presente, así como su neroniano homólogo estadounidense Trump.
Sería bueno preguntarse cuántos de los 80 jefes de Estado que vinieron este fin de semana juegan en sus países con el fuego, sin importarles lo que las guerras traen de dolor a la población, porque los soldados que van al frente no son los hijos de los poderosos sino de los desposeídos. Los intereses de las potencias mundiales reunidas en París, como Estados Unidos, China y Rusia, son telarañas que recorren todo el planeta, raíces devoradoras que se implantan en todos los puntos cardinales del planeta. El juego de ajedrez de las potencias hace que las tensión reine hasta en lejanos países que al parecer no tienen nada que ver con los conflictos que suceden en las antípodas de Oriente Medio y Asia.
Hace apenas unas décadas en plena Europa ocurrió la horrible guerra de los Balcanes que repetía los conflictos étnicos similares de medio siglo antes que condujeron al fin definitivo del Imperio austrohúngaro y a la guerra mundial. Pero hace apenas unos años en Ucrania se iniciaba un nuevo enfrentamiento entre potencias por el control de territorios y fronteras. Rusia anexó Crimea y desde entonces Europa y Estados Unidos juegan al tire y afloja con el nuevo zar Putin.
En Los Campos Elíseos estarán presentes todos esos mandatarios y en el Museo de Orsay, no lejos de la Torre Eiffel, asistirán a una gigantesca cena antes de volverse a reunir en La Villette para hablar de la paz. Reuniones multilatearles similares se dieron también antes y después de las guerras pasadas, tal y como se puede ver en los libros de historia. Ejemplos son la cumbre de Churchill, Roosvelt y Stalin y el pacto germano-soviético.
Los líderes del mundo pueden reunirse para celebrar y brindar bajo los lampadarios, pero cuando regresen el lunes a sus respectivos países, todos ellos, con Trump y Putin a la cabeza, seguirán intrigando para hacer más infeliz y peligroso el mundo. Cada uno quiere la guerra con el vecino o el enemigo interior o con sus propios fantasmas. Todos esos líderes parecen estar poseídos por los macabros fantasmas de Calígula, Nerón, Atila, Hitler, Goering, Himmler, Stalin, Musssolini, Mao, Pol Pot, Idi Amin Dadá, Muamar Kadhafi, Mugabe, y tantos otros cuya función ha sido siempre la de llevar sus pueblos con prisa al matadero mientras deliraban poseídos por las ansias de poder y de gloria.
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