Myriam Montoya es una escritora colombiana polifacética e infatigable que escribe poesía, novelas y ensayos y ha traducido una decena de importantes poetas franceses al español publicados en la editorial L'oreille du loup (La oreja del lobo), que cofundó hace más de una década con Stéphane Chaumet. Esta editorial ya cuenta con un catálogo de medio centenar de poetas del mundo entero editados en impecables ediciones bilingües.
Montoya hace parte de esos millones de colombianos emprendedores que han dejado el país para vivir en paz en capitales y ciudades del mundo, donde poco a poco se abren paso y crean espacios para el arte, la ciencia y la empresa.
Como ella, mujeres y hombres de diversas generaciones colombianas han abierto ventanas para la literatura y el arte en Los Angeles, San Francisco, Chicago y Nueva York, en Estados Unidos, en las ciudades europeas de Berlín, Madrid, Roma, Estocolmo y Londres, o en capitales hispanoamericanas como México, Buenos Aires, Santiago y Quito.
Myriam Montoya (Bello, 1963) realizó estudios de letras en la capital francesa y a lo largo de su vida ha ido solidificando su obra poética, traducida inicialmente por el hispanista Claude Couffon. También ha publicado dos novelas donde cuenta la vida de los suburbios de Medellín, inmersos en décadas de violencia.
Hace apenas una semana concretó el proyecto de publicar en su editorial una amplia antología bilingüe de poetas colombianos nacidos a partir de los años 50, con la que vuelve a barajar las cartas de esa actividad tan fértil en Colombia. También reeditó al mismo tiempo en su casa editorial la antología bilingüe de poesía colombiana que hace medio siglo realizó para la Editorial Patiño de Suiza el poeta Fernando Charry Lara. Con ambos volúmenes los lectores francófonos podrán realizar una amplia visita a la poesía de nuestro país llena de altibajos y a veces de momentos deslumbrantes.
Al abrir la antología con poetas nacidos en los años 50 trata de airear a generaciones que han sido poco visibles, dada la hegemonía que desde los años 60 ha tenido en el podio al Nadaísmo y a la Generación Desencantada.
Entre las figuras de esta nueva antología de 70 nombres, aparecen muchas mujeres como Renata Durán, Eugenia Sánchez Nieto, Amparo Osorio, Orietta Lozano, Gloria Posada, Camila Charry Noriega, Carolina Bustos, Andrea Cote, Bibiana Bernal, y muchas más. Y también hay lugar para autores de bellas y discretas obras como Gustavo Adolfo Garcés, Rómulo Bustos y el recién fallecido Gonzalo Márquez Cristo, entre otros.
Por supuesto, como en toda antología faltan nombres que no aparecen por diversas razones, como los poetas William Ospina, Ramón Cote y Fernando Denis y otros más, pero de todas formas el retrato de la poesía actual del país queda bien tejida en este bello volumen en cuya traducción colectiva colaboraron unas diez personas. Como en las aguas del mar se trata entonces de una antología en oleaje permanente.
Pero volviendo a Myriam Montoya, además de esta Antología en la que puso tanto empeño, acaba de publicar en Uniediciones su más reciente novela Bachué y los patriarcas que tuve el gusto de presentar este mes en Laval junto a la obra de Jorge Franco, sobre la vida en un suburbio de Medellín, relatada desde la voz de la infancia y la adolescencia de una muchacha que vive al interior la violencia reinante en la capital antioqueña.
En ese libro, donde la presencia del padre es aleatoria e intermitente, son las mujeres las que luchan para salir adelante haciendo todo tipo de trabajos, a destajo como costureras o en pequeños negocios, mientras el drama de la delincuencia y la violencia atrapa a los muchachos del barrio, que se convierten en enlaces del narcotráfico, mafiosos o sicarios. Las mujeres velan por la casa y los hombres se hunden a veces en el alcoholismo o la depresión o se esfuman rápidamente en la máquina trituradora de la violencia auspiciada por oscuros poderes patriarcales e innombrables.
Las dos antologías y esta nueva novela son aspectos del entusiasmo de Myriam Montoya por la literatura y su compromiso con el país aunque a veces esté lejos. Y es la prueba de que los millones de colombianos que viven fuera hacen parte imprescindible de Colombia y siempre la llevan en el corazón con dolores y alegrías que se alternan.
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