La artista plástica colombiana Clara Ramírez Katz presentó del 27 de noviembre de 2018 hasta el 12 de enero de 2019 una nueva exposición en la galería Couteron de París, donde continúa su larga exploración de espacios, superficies y formas de la naturaleza, logrando una abstracción poética que convierte a sus imágenes en evocaciones de territorios bañados por una luz milenaria, testigo del paso de las civilizaciones humanas y sus obras.
Nacida en Medellín, Ramírez realizó estudios de estilismo y diseño textil en París, ciudad a donde llegó en 1979 y donde se quedó desde entonces. Desde 2009 ha expuesto seis veces en la galería Couteron, fundada por Yves Aschenbroich y situada en pleno barrio de Saint Germain des Prés, por lo que ha sido posible seguir su trayectoria paso a paso hasta los niveles luminosos alcanzados en este nuevo estadio de su camino artístico.
En la galería de la calle Guénégaud situada en un laberinto de calles pobladas de excelentes galerías de arte y cafés animadísimos como La Palette y otros de la calles del Sena y Mazarine, frecuentados desde hace tiempo por jazzistas, existencialistas, escritores, actores, cantantes y creadores de toda índole, han expuesto artistas como Michel Gribinski, Shiori Eda, Joaquín Falcó, Takashi Motomiya, Elia Kleber, Colette Levine, Lola Martínez, Margarita Petrova y Anne Dubois, entre otros.
Inspirados esta vez en los espacios áridos y calcinados de Grecia, los cuadros de Ramírez visitan en diferentes formas rectangulares, ovaladas, oblongas, circulares, múltiples colinas, rocas, valles, playas, lechos de ríos secos, acantilados, hondonadas, parcelas, donde a través de milenios el viento y el sol han trabajado y dejado huellas sobre la castigada corteza terrestre.
En obras anteriores Ramírez exploró la luz que se filtra por los intrincados ramajes de los árboles en los bosques de su tierra natal, proyectando sobre la superficie islas de color y de sombra, pero ahora pareciera que el paisaje de la corteza terrestre quedara como el Prometeo Encadenado al aire libre, inerme, descarnado, ante las inclemencias del sol, la lluvia o el viento, lo que dota a sus cuadros de una plácida sensación de soledad mítica, para dejar al visitante frente a territorios libres y rebeldes como si tuvieran vida propia.
Ramírez prepara en su taller los propios colores que utiliza y son únicos en sus tonalidades, como los rojos de cadmio que chocan con verdes cobalto vegetales, turquesas, amarillos y blancos que flotan a su vez sobre el amplio tono refrescante del lino de las telas, dejando los cuadros como inacabados, dando aire, creando silencios. También resaltan las superficies salpicadas de pequeñas formas ovaladas o texturas pétreas irregulares de color negro parecidas a meteoritos caídos allí desde siempre o emanaciones de árboles petrificados a la vera de los caminos o en las riberas de los ríos resecos.
La formas y los colores que irrigan las superficies de Clara Ramírez sugieren a veces los diversos accidentes geométricos causados por el trabajo practicado allí por el hombre a través de los siglos y otras semejan a las calzadas abandonadas que conducían a los oráculos vigilados por la Esfinge, o muros y columnas de templos griegos derruidos que el trabajo de la erosión deja vislumbrar.
En otra serie distinta al viaje por las formas de islas, archipiélagos, valles, hondonadas o por la caótica irregularidad de las orillas marinas, Clara Ramírez explora con trazos negros equidistantes figuras inspiradas en bustos humanos clásicos, fragmentos salvados de las esculturas griegas esparcidas en todo el territorio en homenaje a diosas y dioses tutelares, Venus, atletas, ninfas.
La obra más reciente de Clara Ramírez está tocada a mi parecer por una devastadora explosión de plenitud y de sol y al mirar cada uno de los cuadros de esta nueva exposición, dípticos, trípticos, rectángulos alargados u óvalos y círculos, que son como ventanas hacia el paisaje, se siente la plenitud y la madurez de una obra conquistada a lo largo de los años y que sin duda alguna logra ahora altos niveles de abstracción y calidad poéticas. En estos nuevos territorios de Ramírez está presente la vida en todas sus formas y colores, se siente el paso del magma volcánico por los declives del terreno, las rupturas telúricas, las fronteras extinguidas, la erosión que revela otros estratos secretos de la piel terráquea, aun más vivos que los borrados por el viento o el agua.
Esa extraordinaria alegría que nos comunican las imágenes más recientes de Clara Ramírez reunidas para esta exposición, es el fruto del rigor del trabajo pictórico de la artista, un trabajo solitario que no rinde cuentas a nadie sino a sus propias intuiciones y obsesiones. Las formas y texturas de sus cuadros quedan impresos para siempre en nuestra memoria como las de un planeta recién descubierto donde a la vez nos perdemos y nos encontramos.
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