El artista japonés Foujita (1986-1968), que fue en los años de entreguerras del siglo pasado una de las estrellas de Montparnasse al lado de Picasso, Chagall y Modigliani, era hijo de un alto militar nipón y estudió en la escuela de Bellas Artes de Tokyo y en una institución católica de idiomas, antes de trasladarse a Francia en 1913 para continuar su carrera artística. La Primera guerra mundial estalló en 1914 y durante esos años, además de participar como enfermero de la Cruz Roja, estrecha su amistad con Pablo Picasso y otras figuras del arte y descubre el arte naif del Aduanero Rousseau, que lo inspira de inmediato.
Su exotismo atrae en los medios artísticos y de farándula durante los llamados Años locos después del fin de la guerra mundial en 1918, cuando el lejano país oriental estaba a la moda y era descrito en novelas de éxito como las de Pierre Loti y en las exposiciones que trataban de acercar el público a su caligrafía, literatura, arte y ciencia culinaria exquisitos y al mito de las geishas, combatientes de sumo y samuráis, cuyas imágenes se vendían como pan caliente en tiendas y galerías.
El japonismo siempre sedujo a europeos y latinoamericanos, por lo que el joven artista pulió su imagen al colocarse aretes de aro en ambas orejas, usar enormes gafas redondas de marco en carey negro, gris o azul y dejarse una capul que fue su imagen de marca a lo largo de su vida, además de su frágil cuerpo, las prendas amplias de tejidos suaves y el color cobrizo de su piel. Con sus primeras dos jóvenes novias veinteañeras Fernande y Youki recorre las fiestas de Montparnasse, galerías y museos y posa en los principales bares como La Coupole, el Domo y el Select, los mismos que frecuentaban por ahí los latinoamericanos César Vallejo, José Juan Tablada y Diego Rivera.
La originalidad de Foujita radica en que dio el salto del tradicional estilo japonés milenario aprendido en las escuelas de su tierra natal, para adaptarlo a los temas europeos, por lo que no tardó en sorprender al crear atmósferas y ámbitos pictóricos nunca vistos en la que entonces era considerada la capital del arte mundial. Pinta esquinas, calles, puentes, escenas cotidianas con la despojada claridad poética de las telas del Aduanero Rousseau e incluso osó hacer lo prohibido en su tierra: pintar desnudos completos de sus modelos y novias por medio de extraños volúmenes y un desleído colorido blancuzco de fondo al que añadía el minucioso trazo de sus pinceladas, lo que conquistó a los entendidos en los salones pictóricos anuales y a los críticos, que lo auparon pronto como figura exitosa y central del arte de su generación.
A su vez era un típico personaje de la época de entreguerras. Estaba fascinado por los veloces autos que salían de las fábricas y eran considerados un lujo de dandys para agotar las carreteras o hacer viajes rápidos a las cercanas playas de Deauville y otros balnearios de la costa normada, tan bien descritos por su contemporáneo Marcel Proust en su vasta obra narrativa En busca del tiempo perdido, en especial en los episodios sobre la sensualidad de las jovencitas en flor en las vacaciones veraniegas.
Foujita está en todos los bailes de disfraces y amanece en los novedosos bares de jazz y los cabarets que celebran el fin de la guerra y el auge económico derrumbado por la crisis y el crack económico de 1929, que arruinó a los miles de estadounidenses derrochadores de dólares en Montparnasse, en las playas del norte o en la Costa Azul mediterránea, que tuvieron que regresar despavoridos en transatlánticos llorando la pérdida de sus fortunas y el fin de una era de lujo y desaforada diversión.
Además de pintores, actores y cantantes de moda, la gran estrella de la fiesta era la cabaretera negra Joséphine Baker que mostraba su escultural cuerpo desnudo en el Folies Bergère y otros teatros y se convirtió en emblema de esos años de alegría. Pocos pensaban que ya acechaba la nueva y más grande guerra en el horizonte. Hitler accede al poder en 1933 y en 1939 se reanudarían las hostilidades mundiales. Hasta el inicio de la nueva conflagración mundial continúan sin embargo los últimos destellos del esplendor de la vida de entre guerras y el auge del Art Deco.
Foujita tiene penas de amor, pues su amada Youki se enamora del poeta Robert Desnos, por lo que, afectado también por la crisis y la falta de clientes, decide hacer con su nueva novia la cabaretera Madeleine un largo recorrido por toda América Latina que lo lleva de 1931 a 1933 a Argentina, Bolivia, México, entre otros países donde produce y capta los nuevos paisajes y gentes.
Luego viaja de regreso a su patria y al estallar la guerra trabaja como pintor oficial del ejército, lo que le traería algunos problemas al terminar el sangriento conflicto. Allí muere de repente Madeleine, un gran golpe para su vida, y luego se casa con la japonesa Kimiyo, que lo acompañaría hasta su muerte. En cierta forma empieza a sentar cabeza. Queda hastiado de Japón y la guerra por lo que viaja a Estados Unidos, donde trabaja en la escuela de Bellas Artes de Brooklyn y más tarde, en 1950, retorna a su amada Francia para adquirir la nacionalidad y convertirse al catolicismo en una gran ceremonia en la tradicional catedral de Reims.
En su casa de las afueras de París pinta sin descanso acompañado de sus amados gatos, protagonistas de muchos de sus cuadros y autorretratos. También realiza obras monumentales cada vez más depuradas e impresionantes que se pueden ver completas en el Museo Mailllol, que le dedica una impresionante retrospectiva con motivo del cincuentenario de su muerte.
Al final de su vida seguía ostentado su capul, ahora de cabello níveo, sus aretes, anillos y sus gafas excéntricas de aro de carey. Ahora Foujita renace como un precursor de los artistas pop al estilo de Andy Warhol o Salvador Dalí que construyen su propia escenografía personal día a día y se unen a la farándula mezclando el arte, el vino, el deseo, el amor y la vida.
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